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Salvar el fútbol

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Miguel Gómez Martínez
17 de enero de 2010 - 04:59 a. m.
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LA DECADENCIA DEL FÚTBOL COlombiano es total. Salvo algunas individualidades que juegan en el exterior, da pena constatar el muy bajo nivel técnico de los equipos profesionales. Esto se refleja en la selección nacional, que este año tampoco estará en el campeonato mundial de Sudáfrica.

Como sucede con frecuencia en Colombia, este descalabro no genera ninguna reacción ni produce cambios. Salvo el técnico, que es el menos culpable de todos, nadie tuvo la decencia de renunciar luego de la estruendosa eliminación. Son los mismos dirigentes que han fracasado los que continúan implementando las mismas políticas que producirán otros fracasos. En el fondo, el fútbol refleja los mismos vicios de nuestras instituciones: incompetencia, corrupción y falta de visión de largo plazo.

Para tener un fútbol competitivo a nivel mundial se requiere una estructura articulada que arranca en la base de las divisiones aficionadas, capaz de identificar y desarrollar el talento de las jóvenes promesas. Hay que contar con una estructura de torneos de ascenso que sean semilleros de figuras y oxigenen la primera y la segunda divisiones, donde está el fútbol profesional. Pero para lograr esto, que es una tarea que no se improvisa, el Estado y el sector privado tienen que transformar los actuales equipos en empresas serias y limpias, algo que hoy en día no son.

Lo primero que hay que hacer es barrer con los sucios manejos que han caracterizado las últimas décadas de nuestro fútbol. Este deporte quedó atrapado en las garras del narcotráfico y no ha podido liberarse totalmente de ese cáncer. En los ochenta y noventa, cada gran cartel tenía su propio equipo. Hoy han desaparecido los grandes capos que posaban con sus jugadores como preseas, pero el fútbol profesional sigue siendo una de las actividades menos transparentes que hay en el país. Periódicamente estallan escándalos de lavado de activos, incumplimiento de contratos laborales con los jugadores, desgreño contable, evasión de impuestos, desviación de ingresos de patrocinios, sobornos y amenazas a árbitros e incluso asesinatos. El fútbol es una verdadera cloaca en la que se conjugan muchos de los males nacionales.

En este agujero negro, el Estado brilla por su ausencia. Coldeportes, que debería ejercer una labor de vigilancia, no lo hace. Los órganos rectores —la Federación de Fútbol y la Dimayor— son parte del problema, pues los dueños de los equipos ejercen el control de estas entidades, que son focos de clientelismo, más interesados en viajar que en realizar un trabajo serio y con planeación de largo plazo.

Para recuperar el fútbol hay que transformarlo en una actividad transparente y profesional. Basta mirar los grandes equipos europeos para entender que son estructuras de negocio sofisticadas, cotizadas en bolsa, administradas por profesionales, con planes y políticas de mediano y largo plazo.

Los clubes no pueden ser negocios de bolsillo que los socios mayoritarios utilicen para su lucro personal, sin rendir cuentas ni cumplir la ley. Un equipo es una empresa que tiene que responder a los hinchas con resultados deportivos y económicos.

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