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Viento en popa…

Miguel Gómez Martínez

06 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

BOGOTÁ ES EL MEJOR EJEMPLO DE retroceso de una ciudad. Los bogotanos tuvimos una época en la que sentíamos que la ciudad mejoraba y avanzaba. Se veían nuevas obras como las magníficas bibliotecas, parques y colegios públicos.

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El sistema Transmilenio inspiró a muchas otras ciudades del país e incluso a otras metrópolis mundiales. Disminuyó la inseguridad y la violencia. Mejoró la cultura ciudadana y el aseo. Íbamos ganando la difícil lucha por la recuperación del espacio público y la disciplina social. Sin duda las administraciones de Mockus y Peñalosa nos hicieron creer que Bogotá podía convertirse en una ciudad interesante y agradable. Fue nuestra era de esperanza y orgullo.

En los últimos años el retroceso es visible. Otra vez impera el desorden, volvieron los raponeros, las mafias de la informalidad se envalentonaron recuperando el dominio del espacio público, la infraestructura física está colapsando, la ciudad tiene un aspecto descuidado y lleno de grafitos. Transmilenio tambalea por la competencia desleal del viejo sistema de transporte y la estrategia de movilidad es un evidente fracaso.

Los políticos, que habían sido marginados por los alcaldes técnicos, han vuelto a imponerse. Su agenda está primero que la de la ciudadanía. La demagogia le está restando eficacia al gasto público mientras la ciudad pierde rápidamente competitividad. Las empresas se mudan a otros municipios que ofrecen mejores alternativas logísticas y menores impuestos. Todo ello comprometerá, en un futuro cercano, la estabilidad de las finanzas municipales.

Ya pasó un año y el gobierno distrital no ha podido arrancar. Sin duda la responsabilidad es del Alcalde Mayor. Es cierto que su perfil no lo preparaba para afrontar este reto. Salió de los bancos de la Universidad al Concejo de Bogotá. Nunca ha gerenciado una entidad ni tiene experiencia administrativa. Sólo sabe de política, en lo que sobresale. Pero Bogotá necesita un gerente, una persona que no tema tomar decisiones difíciles y con don de mando. La administración de una ciudad tan compleja como Bogotá requiere un perfil que no coincide con el de nuestro burgomaestre que evade tomar decisiones que impliquen costos políticos. Eso explica que esté más concentrado en los temas burocráticos y de imagen que en solucionar los problemas reales de los bogotanos.

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Los líderes del Polo Democrático deben estar preocupados. El caos de Bogotá compromete sus aspiraciones nacionales. Ellos no deben olvidar que la capital es su único fortín político. Si fracasan en Bogotá fracasan en el país. Por el camino que va, Samuel Moreno puede ser el enterrador de las opciones políticas nacionales del Polo.

Los ciudadanos, por su parte, tienen que aprender la lección. Un alcalde es antes que nada un ejecutivo. Cuando se vota por un alcalde hay que pensar con criterio práctico y escoger aquel que esté en capacidad de mejorar la calidad de vida del lugar donde uno vive. No hay que dejarse ilusionar por argumentos ideológicos y promesas vagas sino por la capacidad real de gerenciar un programa de gobierno.

En Bogotá vamos viento en popa… viento en popa a la deriva.

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