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La autodisuasión es un concepto poco discutido pero determinante en la política internacional. A diferencia de la disuasión, donde las amenazas externas frenan a un país, la autodisuasión ocurre cuando un país se contiene al anticipar que sus propias acciones son más perjudiciales para sí mismo. En un mundo interconectado, la autodisuasión es una herramienta clave para evitar conflictos.

La autodisuasión, un concepto que rara vez se discute. Es protagonista silencioso en el escenario global de la política internacional. A menudo se habla de la disuasión como el freno para el ataque entre naciones: una fuerza externa que amenaza con represalias si un país decide cruzar una línea roja. Este es el modelo que conocemos, el clásico juego de poder entre grandes potencias. Pero existe una forma más profunda de contención, una que no siempre es visible y que no responde a los miedos que vienen de fuera, sino a los miedos propios: la autodisuasión.
Para entender la autodisuasión en términos simples, pensemos en la política exterior como un ajedrez geopolítico donde no solo hay que mirar al rival, sino también a las propias piezas. Cuando un país se autodisuade, decide no moverse, no porque el rival esté mostrando un movimiento amenazante, sino porque, tras observar su propio tablero, concluye que cualquier acción que tome puede resultar más perjudicial que beneficiosa para sí mismo. En lugar de actuar por temor a lo que otro hará, el país se contiene porque anticipa que los posibles daños de sus acciones recaerán, antes que en nadie, en su propia estabilidad.
Esto es lo que diferencia la autodisuasión de la disuasión. En la disuasión tradicional, el actor es contenido por una amenaza externa. Por ejemplo, durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética mantenían la paz, no porque confiaran el uno en el otro, sino porque el miedo a la destrucción mutua asegurada les impedía lanzar un ataque. Sin embargo, la autodisuasión es más sutil. No requiere la presencia de una amenaza externa explícita, sino un análisis interno: “si hacemos esto, las consecuencias para nosotros mismos serán peores de lo que podríamos soportar”.
Tomemos el caso de China y Taiwán. China, con su poderío militar, podría lanzar una invasión contra Taiwán en cualquier momento. Pero, en lugar de actuar de inmediato, se autodisuade. No es que Taiwán posea la capacidad de repeler una invasión masiva, o que Estados Unidos haya lanzado una amenaza explícita. Es que China, al analizar la situación, sabe que el costo de esa acción será catastrófico para su economía, su relación con Occidente y su estabilidad interna. No necesita que alguien le diga que no lo haga; se detiene porque ve que, a pesar de su fuerza, las consecuencias serán devastadoras para ella misma.
Un caso similar es el de Rusia y su relación con la OTAN. Aunque hubo tensiones crecientes entre Moscú y Occidente, particularmente con la invasión de Ucrania, Rusia evitó enfrentamientos directos. Aquí la autodisuasión entra en juego. A pesar de su deseo de reafirmarse como potencia global, Rusia sabe que un conflicto directo con la OTAN resultará en una guerra imposible de controlar y que las secuel9as destruirán la economía rusa y pondrán en peligro la estabilidad de su propio régimen. No es la amenaza externa la que la detiene, sino el reconocimiento de sus propios límites.
En la autodisuasión, la clave está en la evaluación del riesgo. Se trata de una estrategia basada en la previsión, donde los países, más allá de su capacidad de agresión, deciden frenar sus propios impulsos. No es el miedo a lo que otros puedan hacer, sino el cálculo de que los resultados de sus propias acciones son más destructivos de lo que podrían manejar.
Lo interesante aquí es que, aunque este fenómeno siempre existió, nunca se reconoció de forma explícita como un concepto en sí mismo. Estamos acostumbrados a hablar de disuasión, ese juego de poder donde las amenazas son claras y las líneas están trazadas por otros. Pero la autodisuasión es una historia diferente, una que se cuenta en silencio, dentro de las fronteras de cada país, donde los líderes evalúan no solo lo que podrían ganar, sino lo que inevitablemente perderían si actúan de forma imprudente.
Este fenómeno es cada vez más relevante en un mundo globalizado, donde las acciones no solo afectan a los actores inmediatos, sino también a las economías y políticas de decenas de naciones conectadas. En un contexto así, la autodisuasión se convierte en una herramienta estratégica clave para mantener el equilibrio, no por la presión de otros, sino por la sabiduría interna de saber cuándo no moverse.
A veces, el mayor acto de poder no es actuar, sino contenerse. Y esa es una decisión que nace desde dentro.
Las cosas como son.
* Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en todas las plataformas.

Por Mookie Tenembaum
