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Todo empezó un viernes. Siete niñas de séptimo grado, de entre 12 y 13 años, lloraban sin consuelo frente a las canchas de fútbol del colegio. “Ahí estaban las hermanas de unas amigas, entonces nos acercamos a ver qué les pasaba”, narra María, como ha querido llamarse para contar esta historia y proteger su privacidad.
Tiene 16 años, aunque a primera vista podría parecer mayor. Como pudieron, las niñas que se encontraban en la cancha contaron que dos amigos se aprovecharon de su cercanía para bajar sus fotos de Instagram. Luego, las pasaron por una aplicación paga de inteligencia artificial que dejaba sus caras, pero con cuerpos desnudos que no eran los suyos, aunque no fuera tan fácil reconocer la diferencia a primera vista.
Los fotomontajes que hicieron en un celular los difundieron, sin mayor escrúpulo, en un grupo de WhatsApp, en el que estaban, al menos, 200 niños y adolescentes de colegios de Bogotá. No eran las únicas. Solo del colegio de María fueron 15 niñas. “¿Quién quiere la de Antonia, 13 años, colegio tal?”, así anunciaban cada foto, con nombre, edad y colegio, como si fuera una subasta de ganado. A quien la quería se la pasaban o se la cobraban por interno.
La investigación en el colegio se activó y empezaron a llamar a las familias y a las autoridades. “Mi turno llegó, mi mamá me invitó a comer helado y en un momento me soltó que yo era otra de las afectadas. Lloré mucho, no tanto por la foto, porque no era yo desnuda, sino porque me sentí muy vulnerable y vulnerada. Tenía rabia. Rabia de sentir que nunca estamos tranquilas. Rabia con esa idea de no poder tener amigos, porque están esperando joderte. Rabia porque los adultos siempre buscaron excusar a los niños que lo hicieron diciendo que fue un juego y que solo se trataba de enseñarles a “usar con responsabilidad” la inteligencia artificial. Yo la uso para infinidad de cosas y jamás se me ha ocurrido desnudar ni exponer a nadie. No es de ser responsables, es algo más complejo porque esto es violencia y es un delito”, dice María.
Ha pasado un año desde ese momento. Desde cuando ocurrió, María y las demás se acompañaron, asistieron a talleres de cerámica y psicología, se aguantaron a las funcionarias de Bienestar Familiar que les insinuaron que eso les pasó por poner fotos en redes; tuvieron cursos de ética e inteligencia artificial; hablaron de ese y otros momentos difíciles, como cuando a María un “man” le quitó el celular, revisó sus fotos y buscó extorsionarla con una que encontró. Se apoyaron entre ellas, en especial, a las más pequeñas, que eran, sin duda, las más afectadas, las que no dejaban de llorar, las que decían que se “querían morir”.
A los niños que filtraron las fotos los echaron. Después, nadie supo mucho más de ellos. Uno escribió una carta a sus amigas pidiendo perdón por haberlas traicionado. “A ese me lo encontré hace dos semanas en una feria. Mi amiga con la que estaba le preguntó que si no me iba a pedir perdón, él se rio y me aseguró que no sabía que yo también estaba metida en esa lista, que lo perdonara. No se sintió muy real. Me prometió que ya no anda en esas vainas, pero me contó que su amigo sí”, expresa María.
Esta realidad no es una situación aislada. En Te Protejo, la plataforma digital para reportar situaciones que atentan contra los derechos de las infancias y adolescencias que creó RedPapaz, se han procesado más de 240.000 reportes en 12 años. De esos, 9 de cada 10 corresponden a abusos en entornos digitales, como esa clase de fotomontajes y otros casos de acoso sexual.
En el colegio de María hay restricciones para el uso del celular, que nadie cumple, entre otras porque las familias no quieren acompañar estas medidas. En Colombia, el 61 % de niñas y niños de entre 9 y 17 años tienen celular propio y el 64 % consumen contenidos digitales en solitario. Esto sin contar con que solo el 13 % de madres y padres usan herramientas de control parental. Cifras que salen del más reciente estudio Sapiens, publicado este año por el Global Mind Database. La encuesta fue realizada a 24.328 personas en Colombia, de las cuales 16.947 comenzaron a utilizar celulares a los 14 años o más y 7.381 antes de los 14.
Lo interesante es que en el país quienes tuvieron celular por primera vez a los 14 años o más reportaron una mejor salud mental que quienes empezaron antes de esa edad. Así como este inicio más tardío está relacionado con vidas menos ansiosas, tristes y con pensamientos suicidas o llenos de culpa, según este informe. Acompañar el uso y el diseño de entornos digitales que los y las protejan marca una diferencia concreta en su vida.
Por eso, hace poco se llegó a un Consenso Nacional por el Cuidado Digital entre entidades, empresas y fundaciones, impulsado por la Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC), la Defensoría del Pueblo y organizaciones de la sociedad civil.
En el espacio, se buscó avanzar en una política pública de prevención y educación de riesgos en línea para aterrizar la implementación de la Ley 2489 de 2025 sobre este asunto, que sigue cruda y hay que exigirle al Estado.
Si llegó hasta aquí y siente frustración porque no sabe por dónde empezar esta conversación urgente que tenemos que activar como sociedad, aquí hay una guía para regular el uso de celulares en colegios y familias.
Se trata de evitar lo que sufrió María, pero también de pensar en aquellos niños y niñas que viven con una pantallita hasta para comer, con la mirada apagada.
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Adenda
Después de trabajar 15 años en El Espectador como editora y reportera dejo la sección de Investigación para sumar mi voz en este espacio de opinión. Gracias a quienes me han leído, comentado y escrito. Espero seguir contando con ustedes.
