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Cuando los blancos simplemente no lo entienden

Nicholas D. Kristof

22 de noviembre de 2014 - 09:00 p. m.

Cuando escribo acerca de la desigualdad racial en Estados Unidos, una respuesta común de personas blancas es girar los ojos hacia arriba y un enfático: es hora de superarlo.

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“Como blancos, ¿estamos condenados a una eternidad de disculpas?”, me escribió Neil por Twitter. “¿Cuándo empieza a funcionar la responsabilidad individual?”. “¿Hasta cuándo se supone que debo sentirme culpable por ser blanco? Me reviento el lomo trabajando y me abstengo de vivir como maleante”, intervino Bradley. “Estados Unidos es sobre responsabilidad personal. Y de verdad, supere el tema de la esclavitud”.

Esta es la cuarta entrega de una serie de columnas que escribí durante este año, y muchos lectores blancos han respondido con ira ante lo que consideran el “juego de la culpa” con respecto a la raza. Ellos reconocen una horrenda historia de discriminación racial, pero dicen también que deberíamos ver hacia adelante. La Suprema Corte comparte esta perspectiva conforme desmantela fallos de la era de los derechos civiles con respecto a derechos al voto.

En las palabras de Dina: “Estoy cansado de la conversación de la raza. Ya paren. En muchísimas industrias, el tope racial se ha destrozado. Nuestro presidente es negro. A partir de ese momento, no había más excusas”. “¡Si tan solo fuera así de simple!”.

Por supuesto, la responsabilidad personal es un tema. Orlando Patterson, el eminente sociólogo negro, nota en un próximo libro que 92% de los jóvenes negros coinciden en que es un “gran problema” que los varones negros “no estén tomando la educación con suficiente seriedad”. Además, el 88% coincide en que es un gran problema que ellos “no estén siendo padres responsables”. Es por eso que el presidente Barack Obama lanzó ‘My Brother’s Keeper’, a fin de cultivar una conducta más prudente entre hombres y niños de color.

Sin embargo, nosotros en la sociedad blanca deberíamos estar preparados para asumir responsabilidad. En artículos anteriores de esta serie he examinado la desigualdad económica entre negros y blancos, que es mayor en Estados Unidos hoy día de lo que fue en la Sudáfrica del apartheid, la presente discriminación en contra de negros en el mercado laboral y una parcialidad sistemática en la aplicación de leyes. Sin embargo, estas conversaciones se topan con un muro: el supuesto por parte de muchos blancos de buenas intenciones de que el racismo es un artefacto histórico. No aprecian la abrumadora evidencia de que siglos de subyugación racial siguen moldeando la desigualdad en el siglo XXI.

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De hecho, una ola de investigación en los últimos 20 años ha documentado los persistentes efectos de la esclavitud en Estados Unidos y Sudamérica por igual. Por ejemplo, condados en Estados Unidos que tuvieron un porcentaje mayor de esclavos en 1860 siguen siendo más desiguales actualmente, con base en un documento académico publicado en 2010.

Una de las razones parece ser que las áreas con labor de esclavos eran gobernadas en beneficio de la élite de propietarios de plantación. Faltaban escuelas públicas, bibliotecas e instituciones legales, deteniendo tanto a blancos de clase trabajadora como a negros. Con frecuencia, los blancos no se dan cuenta de que la esclavitud no terminó realmente sino hasta mucho después de la Guerra Civil. Douglas Blackmon ganó un Premio Pulitzer por su devastadora historia “Esclavitud con otro nombre”, que relataba cómo la industria del acero de EE.UU. y otras corporaciones usaron la mano de obra de esclavos hasta ya bien entrado el siglo XX a través de “alquiler de convictos”. Los negros solían ser arrestados por delitos fabricados como “vagancia” y después eran liberados a empresas como jornaleros esclavos. La discriminación laboral y de vivienda también impidió sistemáticamente que los negros acumularan riqueza. La Administración Federal de Vivienda y otras iniciativas acrecentaron la propiedad de hogares y la clase media, pero excluyeron el segmento negro.

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Esa es una de las razones por las que familias negras solo tienen alrededor de 6% de la riqueza que los hogares de blancos, y de por qué solo 44% de las familias negras poseen un hogar, en comparación con 73% de los hogares blancos.

La desigualdad continúa, particularmente en educación. Las escuelas segregadas por derecho han sido reemplazadas en por una segregación de facto.

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Aquellos de nosotros que somos blancos tenemos una notable capacidad para los delirios. Una mayoría de blancos ha dicho en sondeos de opinión que los negros ganan tanto como los blancos y son tan saludables como los blancos. De hecho, el ingreso medio del hogar negro asciende a 34.598 dólares anuales, comparado con 58.270 para blancos que no son hispanos. La expectativa de vida para negros es cuatro años más corta que la de blancos. Cierto, la raza es apenas un hilo en el tejido. Las hijas del presidente no deberían de gozar de preferencia de la acción afirmativa (como su padre ha reconocido), en tanto niños blancos en desventaja sí deberían.

Sin embargo, un elemento del privilegio blanco es el estar ajeno al privilegio, incluido una despreocupada falta de interés en la forma en que la subyugación del pasado da forma a la desventaja en el presente.

Últimamente he estado en una gira de un libro. Por coincidencia, también lo ha estado uno de mis colegas del Times, el columnista Charles Blow, quien es afroestadounidense y el autor de una poderosa memoria: “Fire shut up in my bones”. Crecí en la clase media; Charles fue criado por una madre soltera que, al principio, trabajó desplumando aves en una fábrica, y también, durante un tiempo, por una abuela en una casa sin instalación de plomería.

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El hecho de que Charles se haya convertido en un columnista del New York Times no significa que negros y blancos hoy día tengan el mismo acceso a la oportunidad, solo que algunos negros talentosos y motivados logran superar las muchas probabilidades en su contra. Que quede claro: Charles tuvo que escalar una montaña más alta que yo.

Todos estamos parados sobre los hombros de nuestros ancestros. Estamos en una carrera de relevos, dependiendo del capital financiero y humano de nuestros padres y abuelos. Los negros estuvieron encadenados durante la primera parte de esa carrera de relevos, y si bien muchos de los grilletes se han quitado, los blancos han adquirido una enorme delantera. ¿Pasamos por alto este largo arranque con ventaja —una faceta del privilegio blanco— y pretendemos que la competencia ahora es justa?

Por supuesto que no. Si los blancos están adelante en la carrera de relevos de la vida, ¿acaso no deberíamos reconocer que obtuvimos esta ventaja parcialmente a través de generaciones de opresión? ¿No somos lo suficientemente grandes para intentar enmendarlo tratando de diseminar la oportunidad, suministrándoles a niños negros en desventaja una educación tan buena como se puede dar a privilegiados niños blancos?

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¿No podemos reconocer al menos que en el caso de la raza, William Faulkner estaba en lo cierto: “El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”?

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