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El abrazo de los libios

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Nicholas D. Kristof
27 de marzo de 2011 - 06:00 a. m.
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QUIZÁ ESTA SEA LA PRIMERA vez que algo así ocurre en el mundo árabe: Un piloto estadounidense que se eyectó de su avión mientras volaba sobre Libia fue rescatado de su escondite en un corral de ovejas por pobladores que lo abrazaron, le sirvieron jugo y le dieron gracias efusivas por haber bombardeado su país.

Si bien algunos pobladores recibieron impactos de esquirlas, uno de ellos le dijo en broma al reportero de Associated Press (AP) que no guardaba resentimientos. Después, este miércoles en Bengasi, la ciudad principal en el oriente libio, cuyas calles casi seguramente estarían bañadas de sangre ahora si no hubiera sido por la intervención encabezada por Estados Unidos, los residentes efectuaron un mitin de “agradecimiento”. Querían expresar su gratitud a fuerzas de la coalición por ayudarles a salvar sus vidas.

A lo largo de Estados Unidos reverberan las dudas con respecto a la intervención militar en Libia. Esas dudas son legítimas y la incertidumbre es enorme. Sin embargo, no olvidemos que, por ahora, se ha evitado una catástrofe humanitaria y que esta intervención se parece mucho menos a la invasión de Irak en 2003 y más a la exitosa guerra del Golfo para rescatar a Kuwait de la ocupación militar de los iraquíes.

Esta también es una de las pocas ocasiones en la historia en que fuerzas del exterior han intervenido militarmente para salvar las vidas de ciudadanos, de su gobierno. Más comúnmente, nos preocupamos por años mientras las víctimas son masacradas, y entonces, cuando ya es demasiado tarde, declaramos honestamente: “Nunca más”.

En 2005, Naciones Unidas aprobó una nueva doctrina conocida como la “responsabilidad de proteger”, apodada R2P, la cual declara que las potencias mundiales tienen el derecho y la obligación de intervenir cuando un dictador devora a su pueblo. La intervención en Libia está poniéndole garra a ese incipiente concepto, y esta es la definición de progreso: Al mundo le tomó tres años y medio responder vigorosamente a la matanza en Bosnia, y aproximadamente tres y media semanas la respuesta en Libia.

Cierto, la intervención será inconsistente. Es más probable que intervengamos donde también hay petróleo o intereses de seguridad en juego. Pero, justamente como merece la pena alimentar a algunos niños con hambre incluso si no podemos llegar a todos, vale la pena prevenir matanzas o genocidios incluso si no podemos intervenir cada vez.

Yo me opuse a la invasión de Irak en 2003 porque mis reportajes me convencieron de que la mayoría de los iraquíes odiaban a Saddam Hussein pero no querían que fuerzas estadounidenses se entrometieran en su suelo. Esta vez, mis viajes de reportero me convencen de que la mayoría de los libios acepta de buena gana la intervención exterior.

“La opinión fue unánime”, me dijo este miércoles el presidente de Refugiados Internacional, Michel Gabaudan, después de una visita a Libia. Gabaudan dijo que cada libio con el que había hablado estaba de acuerdo en que los ataques militares habían prevenido “un importante desastre humanitario”. “Hombres, mujeres y niños se mostraban extasiados ante la participación de la coalición, pero temían que eso pudiera no continuar”, dijo.

Algunos detractores en el Congreso estadounidense se quejan de que el presidente Barack Obama debería haber consultado con el Congreso más a fondo. Es justo. Pero recuerden que la intervención casi llega muy tarde porque fuerzas leales a Muamar Gadafi ya estaban en Bengasi. De hecho, hubo un choque armado el domingo, justo afuera del hotel en Bengasi donde se hospedaban periodistas. Un par de días de diligentes consultas habrían resultado en un baño de sangre y, quizá, la caída del gobierno rebelde.

Justo antes de los ataques por aire, los libios estuvieron cruzando la frontera hacia Egipto a un paso siete veces mayor que la tasa usual. Una vez que empezaron los ataques, el éxodo terminó y el flujo se revirtió. Pese a toda la inquietud con respecto a las bajas civiles, los libios están votando con sus pies: yendo hacia los ataques aéreos porque se sienten más seguros gracias a ellos.

Detractores de la intervención expusieron argumentos válidos. Es cierto que existen enormes incertidumbres: ¿Pueden ahora los rebeldes derrocar a Gadafi? ¿Cuál es la estrategia de salida? ¿Cuánto costará esto?

Sin embargo, sopesadas contra esas incertidumbres hay unas cuantas certezas: Si no es por esta intervención, civiles libios estarían muriendo en grandes números, la familia Gadafi se aseguraría en su sitio por años y el mensaje a todos los dictadores habría sido que sí funciona la crueldad.

El impulso temporal ya dio media vuelta. Serán de ayuda otros ataques por aire, sobre la artillería y vehículos blindados de Gadafi. Lo mismo bloquear las transmisiones de Gadafi por radio y televisión. Países árabes ya están entregando armas y munición a los rebeldes, dándoles un impulso a sus capacidades y moral. En pocas palabras, hay riesgos por delante, pero también oportunidades.

Un prominente funcionario de la Casa Blanca dice que el argumento humanitario fue decisivo para Obama: “El presidente sintió escalofríos ante lo que le ocurriría a la población de Bengasi y Tobruk. Hubo cruciales razones de seguridad nacional y el interés nacional para hacer esto, pero lo que llevó al presidente estadounidense a actuar con tanta rapidez fue la perspectiva inmediata de atrocidades masivas en contra de los habitantes de Bengasi y el este del país. Estaba bien consciente de los riesgos de una acción militar, pero también temía los costos de la inacción”.

He visto la guerra de cerca y la detesto. Sin embargo, he visto otros aspectos que son incluso peores, como la matanza sistemática de civiles mientras el mundo se hace el de la vista gorda. Gracias a Dios, eso no está pasando esta vez.

* Columnista de ‘The New York Times’, dos veces ganador del Premio Pulitzer.

2011 The New York Times News Service.

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