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En video quedó registrada la comitiva armada que supuestamente transportaba a alias Otoniel el día de su extradición. No menos de 22 motos con parrillero, una ambulancia, tanquetas, camionetas y un camión ofrecieron un espectáculo digno del 20 de julio.
Como suele ocurrir con Duque, se celebraba que volvimos a perder. Militares y policías orgullosos porque en vez de juzgar en Colombia al jefe del Clan del Golfo, él sería extraditado. La institucionalidad militar y toda su fuerza performativa, a velocidad crucero y con luces de parqueo, al servicio del irrespeto a la soberanía.
En vez de responder preguntas y reparos, acudieron a la vieja estrategia de la creación de un monstruo. Es bien conocida la capacidad hiperbólica del Gobierno a la hora de hablar de temas tan serios como la seguridad. En la narrativa de Duque y su ministro de Defensa, estamos ante “el narcotraficante más peligroso del mundo”. Del mundo mundial.
Un sector de los medios de comunicación amigo de tanta infantilización compró la idea y la reprodujo como quiso. Desde entonces alimenta la devaluación del lenguaje con total apego a la simpleza del presidente, sus ministros y generales. La creatividad va desde “rata desalmada” a “máquina de asesinar”, “basura de ser humano”, “engendro del mal”, etc.
Otoniel no es más o menos violento que los que venían atrás o los que, hacia adelante, heredarán sus feudos. Sin embargo, poner el énfasis en su supuesta monstruosidad asegura que su historia iniciará con un “érase una vez”. Nadie está para escuchar los cuentos de Otoniel sobre sus aliados civiles o uniformados. Su relación con políticos y policías suena demasiado real para ser parte de la fantasía.
Los monstruos trabajan solos y vienen del más allá.
Que el espectáculo continúe. Además de tanques, tanquetas y tanquecitos, hubo rueda de prensa con generales forrados en chapas y chapitas. La atracción: el monstruo irremplazable iba a ser extraditado. Hasta el siguiente.
