Se sabe de un alias Desquite y de un alias Tarzán, en época de bandoleros, cuando las referencias para los apodos provenían de un mundo rural y bucólico.
La época de la violencia partidista es la cuna de los alias más musicales y engreídos. Nuestro Siglo de Oro de un par de décadas. La idea de la Violencia con mayúscula es de hecho uno de los peores y más temibles sobrenombres.
La Violencia es el alias de un conjunto de violencias de todas las intensidades. La Violencia agarró forma de fuerza sobrenatural. Nadie es más rápido que la Violencia. La Violencia destruyó tejidos sociales y con su ejército de desplazados construyó a las patadas más ciudades de las que se supone que fueron destruidas tras el Bogotazo. Sangrenegra, Chispas y Zarpazo son apenas unos aprendices de la Violencia.
En alias más modernos, Jabón sigue siendo el de la nota insolente, que se burla de los que lo quieren agarrar. Pinocho ya es historieta patria. Como la Gata, que resultó con más de siete vidas. O Don Mario, cuyo “don” nos recuerda que el honor y la colonia siguen ahí, intactos. De Rasguño a el Patrón, el grueso de los alias parecería ideado para asustar y darse importancia. Cosa que no ocurre con Fritanga y Sancocho, cuya escogencia estética evoca el terror de una indigestión.
Apodar va perdiendo su arte. Es una tecnología venida a menos, devaluada por la competencia. El último en caer fue alias Marquitos, un asesino en serie dedicado al narcotráfico que lleva por carta de identificación criminal un tierno diminutivo. Preso Marquitos y en tiempos de los urabeños, ya vendrán a competir por lo suyo los respectivos alias Ébola.
Mientras tanto y como con la Violencia de los 50, el propio Estado insiste en hablar de guerra contra las drogas para referirse, con ese alias, a un evitable infinito de violencias que lo mismo arman que desarman el país.
