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Animales políticos

Nicolás Rodríguez

28 de junio de 2013 - 06:00 p. m.

Además de ridiculizar sus palabras cuando afirma que lo atacan “por negro, por flaco, por feo, por provinciano”, al exconcejal Hipólito Moreno hay que tomarlo muy en serio.

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Cuando Édgar Artunduaga dice de Hipólito que es “el rey de la intriga y la maldad personificada”, poco o nada avanzamos. Como tampoco satisface el tono del escritor Ricardo Silva cuando se lanza un perfil cuasicostumbrista cuya nota más alta es “titiritero sórdido”.

Se entiende, por supuesto, de dónde viene el malestar con el personaje de nombre griego. Y es útil que la ciudadanía se sienta respaldada en su asco hacia los políticos que se roban hasta el dinero de las ambulancias. Con todo, requerimos de una ciencia fría e inmune a moralismos, acaso como la de algunos politólogos, que nos explique y contextualice al espécimen. Porque con Hipólito todos querían jugar.

De origen humilde, la suya es una buena oportunidad para desempolvar la palabreja “establecimiento”. Pues en las excusas de ese otro animal político que es Juan Lozano, con quien Hipólito hizo campaña abiertamente, está dicho cómo es que el establecimiento les paga a quienes lo penetran. Hipólito aprendió los códigos requeridos, sacó cartones de los Andes y de la Javeriana, compró vestidos finos, corbatas y arte. De su panadería Pipo Pan pasó a manteles en Leo Cocina y Cava, y no hubo quien no le quisiera bailar.

Se sofisticó por la vía formal y como tal se le trató, hasta bien llegado el día, inevitable, en que el mismo establecimiento que tanto provecho le sacó opta por juzgarlo. El día en que ya nadie le pasa al teléfono. El momento inolvidable en que el también elegantísimo congresista Juan Lozano, que de sí mismo habla en términos de “honrado, honorable, decente”, nos informa que ahora sí, por fin, ha llegado la hora de “luchar por la depuración de la política colombiana”. Y entonces se Pregunta: “¿Cuántos bandidos no se nos metieron?”.

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