La posibilidad de pasar a lo ético en el debate sobre la aspersión de glifosato es engañosa. No obstante la cantidad de testimonios existentes sobre los efectos adversos del glifosato en la salud de las personas, seguimos a la espera de la prueba cuasi bíblica que compruebe su relación con el cáncer.
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La posibilidad de pasar a lo ético en el debate sobre la aspersión de glifosato es engañosa. No obstante la cantidad de testimonios existentes sobre los efectos adversos del glifosato en la salud de las personas, seguimos a la espera de la prueba cuasi bíblica que compruebe su relación con el cáncer.
Se sabe que el glifosato afecta directamente a las poblaciones más vulnerables del país. Y sin embargo nadie les cree. Ni siquiera muchos de los encargados de hacer ciencias sociales a partir de las experiencias de vida de las personas fumigadas encuentran suficiente ilustración. Quieren más.
Las fotografías históricas de la avioneta asperjando glifosato como si no hubiese mañana ya ni son tenidas en cuenta como ejemplo suficiente de lo violatoria de los derechos humanos que ha sido la política antidrogas. Al tiempo que hablamos de ética se escucha por otros lados que llegó la hora de las correlaciones y los modelos que de una buena vez por todas nos demuestren lo que ya sabemos.
En algunas investigaciones la pregunta es si el precio de erradicación de una hectárea de coca, para lo cual habría que fumigar 30, es demasiado alto. Por supuesto que lo es… ¿Pero qué es exactamente lo que cambiaría para los damnificados si no lo fuese? ¿Por qué lo costoso e ineficiente de la aspersión con glifosato es en sí mismo argumento ético? ¿En qué cambia para una persona asperjada que el Gobierno gaste mucho o poco?
Cualquiera que sea el estudio cuantitativo más audaz y completo posible, la experiencia única de la persona cuyo entorno fue fumigado todavía es considerada una simple anécdota. Mientras eso no cambie, mientras unas voces tengan más poder político que otras, el de la ética seguirá siendo un argumento escurridizo.
Por lo demás, es tal la obsesión con encontrar la prueba reina que la puerta seguirá abierta para los mercachifles del periodismo, que no vacilan en hacer pasar por investigación lo que es sesgado y tramposo.