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Masacres, secuestros, abuso físico. El ataque terrorista perpetrado por el grupo Hamás en suelo israelí entra en la categoría de múltiples crímenes de guerra, incluida la muerte de civiles o personas fuera de combate. Dada su naturaleza y sistematicidad, estamos cerca de un crimen contra la humanidad.
De todas las justificaciones más o menos explícitas para lo hecho por Hamás, hay una bastante presente en redes sociales, entrevistas periodísticas y discusiones académicas. Se trata de una idea que vegeta libre entre círculos de izquierda afines a una que otra teoría poscolonial. Una postura que viene acompañada de una certeza moral difícil de doblegar y ante la cual cualquier titubeo no es tibieza sino complicidad.
Una forma de enunciarla, al vacío, sería la siguiente: “Los civiles israelíes no existen”.
Cualquier joven con el pésimo gusto de ir a bailar cerca del encierro en que viven los palestinos en la Franja de Gaza merece ser asesinado, como les ocurrió a los que asistieron al festival de música electrónica. En Israel no hay civiles, hay colonizadores.
Decidido a aprovechar la oportunidad que supo incentivar, el primer ministro israelí dio la orden de avanzar hacia su propia versión de lo mismo. Además de los bombardeos ininterrumpidos contra la Franja de Gaza, el ejército israelí cortó el agua y la electricidad. Ya en esas, prohibieron las ayudas. Con altas dosis de cinismo se escuchó decir que el que quiera y pueda escape. Son dos millones de personas idénticas ante los ojos de los misiles.
Para Israel no existen civiles palestinos. Todos son combatientes.
Ninguna consideración con el derecho internacional humanitario. Sin ningún interés en ocultarlo, un crimen de guerra. Aún más cerca del crimen de lesa humanidad. En el esperable lenguaje fascista y genocida de la reacción israelí, lo expresó el ministro de Defensa, Yoav Gallant: “Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”.
