Tiene razón el presidente en que los colores importan. No debería tomarse a la ligera su interés en modificar el uniforme de la Policía.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ahora mismo el problema no es que el azul pueda o no generar “empatía, cortesía, tranquilidad y confianza”, como lo sugirió Duque. Es que el verde da miedo.
Y a juzgar por las imágenes, el blanco de la gente de bien, amigos todos de los policías de verde, produce terror.
Bienvenido este y otros cambios en la Policía siempre que obedezcan a un interés real en “reforzar su naturaleza civil” (la expresión es una vez más del presidente). Da igual el verde o el azul si de cualquier forma algunos se quitarán el uniforme para camuflarse entre los que protestan.
Tampoco se gana gran cosa con un ameno azul nuevo si la institución sigue atada al verde militar. La pertenencia de la Policía al Ministerio de Defensa y, por consiguiente, el amalgamiento con los militares garantizan que el azul (y cualquier otro color que quieran impulsar) siempre estará supeditado al verde.
En la historia de los campos de batalla hay una suerte de progresión que va de los uniformes coloridos al camuflado. La guerra, dirán algunos, así lo exige. En ese mundo belicoso, el verde castrense apela a la estética del cazador.
Y los cazadores, con o sin las armas adecuadas, intentan cazar.
Los colores son quizás tan normales y naturalizados que ya ni los vemos. Su invisibilización no implica que carezcan de impactos. Los colores pueden deshumanizar.
Además del color, que por sí solo no lleva a todas las buenas emociones que el Gobierno pretende, ¿para cuándo la reforma al escudo de la Policía? ¿Dios y patria?
Por el bien de los ciudadanos pero también de los policías, igualmente afectados por la cultura militar en la que están obligados a ejercer su oficio, en vez de pintar Biblias habría que colorear la Constitución.