Una frase típica entre los habitantes políticamente correctos de la Bogotá poshumana es la siguiente: “se necesita una izquierda pero moderna”.
Variaciones de la misma oración hablan de una izquierda adulta, de una izquierda amigable, de una izquierda madura. Cualquiera que sea la definición de moderna entre estos embajadores de las buenas maneras es apenas evidente que el contenido del slogan está en el tono.
Poco importa si se trata o no de una fuerza política con capacidades administrativas para cambiar situaciones juzgadas injustas o inequitativas. De lo que se trata en realidad es de entonación, de acento: el futuro de una izquierda moderna, se dirá, es evitar cualquier tipo de discurso confrontacional. Por consiguiente, la izquierda bien vista y consentida, la izquierda regia, solo puede existir desde la condescendencia. Cualquier otro acercamiento a la realidad será infantilizado con anotaciones sobre cómo la ciudad no está lista para ser gobernada por impulsos bolcheviques.
Un buen ejemplo quizá sea lo que hizo Bogotá Humana con los recicladores. Con todo y lo que hay por mejorar, la idea de una vida digna y empoderada (la misma que llevó a que los recicladores se movilizaran, organizados como ciudadanos, contra el propio Petro para que agilizara sus promesas) fue evaluada con incredulidad y ofuscación. En varios casos se argumentó contra la lucha de clases como si la totalidad del programa de Bogotá Humana obedeciera a un deseo violento de superación de la segregación social. Y como si la segregación social fuese un tema tabú de la guerra fría.
Ahora la actitud entre algunos peñalosistas pura sangre es de borrón y cuenta nueva. Ayudados por un sector importante de la prensa que ya no sabe si lo de recuperar a Bogotá era un slogan de campaña política, un titular o una consigna editorial, no tardarán en emitir su condescendiente deseo de una izquierda moderna, adulta, amigable y madura que estaría por llegar.
