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La Colombia política no da tregua.
El procurador pide alegremente que vuelvan los bombardeos, la guerrilla insiste en el uso de francotiradores y el expresidente más popular de la historia reciente invita a la “resistencia civil” frente a la posibilidad de que sus nietos crezcan en un país sin guerra.
Lo de la guerrilla es grave y preocupante, pero tiene que ver con las dificultades del posconflicto. El procurador está aprendiendo a hacer política uribista con el dolor de los demás y las intenciones electorales que ya todos le conocemos. La salida de Uribe, entre tanto, denota una continuidad en sus estrategias mesiánicas (vuelve el Estado de opinión), que además de burlas habrá que tomar en serio.
Aunque diezmado, el caudal político de Uribe no ha desaparecido. Mientras la guerra continúe, el expresidente podrá seguir alimentándose del rencor y el resentimiento de las víctimas de la guerrilla. Uribe defiende, practica y enseña una economía moral que nada tiene que ver con el trabajo incluyente y pacífico de una oficina estatal como la que se encarga de la memoria histórica.
Paramilitares y guerrilla hicieron daños de manera diferenciada. Tasar en más o menos las cantidades de atropellos es un trabajo oscuro, de buitre. Pero como el dolor legitima, Uribe y sus aprendices llevan un buen tiempo usufructuando réditos políticos a partir de los excesos indecibles de la guerrilla.
Las víctimas del paramilitarismo, en cambio, no encuentran doliente en el uribismo. La resistencia civil tendrá reminiscencias de paramilitarismo, como ya se ha dicho recientemente. Pero Uribe le habla a su lado de la balanza. La paz de Santos, incompleta, le apuesta a algunas víctimas del Estado y del paramilitarismo. Las de la guerrilla siguen siendo la rueda suelta del posconflicto.
Las negociaciones de La Habana requieren apoyo. Lo civil es incorporar a todas las víctimas. La resistencia es a los buitres que insisten en diferenciar su dolor.
