“Por la vía de la confianza, con una ruta de trabajo y sin vías de hecho”: solo entonces “estaré ahí”. Esas fueron las tres condiciones del presidente Iván Duque para viajar desde Bogotá al Cauca.
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La primera ya no se dio. ¿Por qué habrían de confiar los indígenas en un Estado que firma pactos y no los cumple? La segunda, en cambio, tampoco. “Rutas de trabajo” es lo que uno que otro encargado de desarmar la protesta social conoce mejor como rutas de escape, hasta la siguiente minga. La tercera exigencia, que “levanten las vías de hecho”, tendría que ser debatida en el contexto del incumplimiento estatal de las dos condiciones anteriores.
Tiene entonces sentido que el presidente, y no cualquiera de sus ministros, viaje al Cauca. Esa es, de hecho, la parte fundamental de lo que está en juego para los indígenas: la presencia física del presidente es un mensaje de solidaridad y soberanía. De acompañamiento.
El Cauca no queda simplemente “por allá”, lejos de Bogotá. El Cauca también es el centro. Es cuando menos extraño que el presidente le ponga condiciones a su presencia, como si pudiese escoger dónde gobernar y para quién no hacerlo. Estamos ante mucho más que un vuelo en avión. Desde los territorios que hacen parte de la minga se le extiende una invitación al Gobierno para que redefina la ciudadanía de las comunidades que requieren más inversiones y mejores condiciones de seguridad.
Otra cosa bien diferente es que Uribe insista en impedir que Duque empiece a gobernar con alguna de las ideas que dijo defender. Por esa misma vía de hecho, a los líderes sociales los seguirán asesinando y el posconflicto seguirá siendo peor que el conflicto, como ya es el caso de Tumaco, en Nariño, según la propia Cruz Roja. Para ponerlo en los términos de las vallas que tanto defienden y divierten al Centro Democrático, ¿de qué lado de la ciudadanía está el presidente Duque?
