Que a los urabeños ya no se les puede decir Urabeños. Ellos mismos trataron de apodarse Autodefensas Gaitanistas cuando el presidente era Uribe y Santos su ministro, pero eso tampoco funcionó.
Ahora nos dicen que toca llamarlos “Clan Úsuga”, para no estigmatizar a las personas que viven en Urabá. Lo que está bastante bien y corresponde a una actitud generosa de parte del primer mandatario. Generosa y comprensiva. O humanitaria, para estar en la onda de lo que se hace en Buenaventura.
El desinteresado acto tiene algo de bíblico: ponerles nombres a las cosas, hacerlas existir con un nuevo alias es algo que escapa al poder de los mortales. Más allá del bautizo de sus hijos y mascotas, a pocos les ha sido asignada la posibilidad de ir tan lejos. En estas lides, el Estado es el gran papá que todo lo define. No hará presencia institucional en muchas zonas consideradas lejanas e inhóspitas, pero ahí está con su varita mágica poniendo apodos.
El de “Clan Úsuga” no sólo no estigmatiza a toda una población, como en efecto ocurría con la idea de los Urabeños. Sino que también permite una actualización. El bautizo le abrió paso, si se quiere, a una confesión: los Urabeños ya no sólo están en Urabá. Urabá se les quedó chiquito. Su emporio está presente en Buenaventura, La Guajira o la frontera con Venezuela. Con un poco de esfuerzo y de clan pasan a cartel, como sus tatarabuelos.
Por consiguiente, el anterior apelativo, con todo y lo arraigado, ameritaba una pequeña revisión. Era preciso darle aliento a una nueva leyenda. Y qué mejor momento que las elecciones. Ahora los Urabeños son en realidad una dinastía y Urabá, que era cuna de terroristas (en el lenguaje ya prehistórico de la seguridad democrática), ahora lo es de deportistas. Todo en la también llamada “Mejor esquina de Latinoamérica”, que acaso sea otro de los creativos términos con los que se nos ha pedido que embellezcamos la realidad.