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Suficiente ilustración ha habido entre los que manejan el tema con respecto a las verdaderas rutas de la cocaína, que Trump confunde sin que importe demasiado con los caminos del fentanilo, que tampoco transita por el Caribe pues se sabe abiertamente que este es un cuento tan mexicano como chino. Aún así, todavía hay quienes creen que al bombardear pequeñas lanchas en el mar Caribe el interés de la administración Trump es el de ganar la guerra contra las drogas.
El compromiso con las posibilidades de ponerle fin a tan lamentable gesta, en la que se han ido ya más de cinco décadas, es tan realista que tan pronto dos tripulantes de una lancha sobrevivieron al primer estallido los encargados de la cacería, personajes inefables como el secretario de la Defensa Pete Hegseth, optaron por un segundo golpe igual de quirúrgico y desproporcionado que el anterior. El verdadero disparate, conjugado como ya se ha comentado con la decisión de liberar de sus cargos penales a un narcotraficante ya condenado para alterar la política electoral en Honduras. Otro buen ejemplo de lo verdaderas que son las intenciones de los Estados Unidos, que ya van en el bloqueo de barcos petroleros.
Como la pantomima va por otro lado y ya hay presión suficiente para forzar un cambio de gobierno de Venezuela, quizás vendría bien barajar otras posibilidades explicativas para lo que está ocurriendo en el Caribe. Ahora sabemos que todos los juguetes bélicos disponibles fueron movilizados y que ya estrenan Estrategia de Seguridad Nacional adjudicándole un rol especial a la región, como no ocurría anteriormente, y revigorizando la doctrina Monroe: “América para los americanos” solían decir frente al poderío colonial europeo, pero ahora la cosa va por los lados de Rusia y China (los dos enemigos en América y amiguis de para afuera).
Y ello para no insistir en el evidente deseo de alterar el tablero político de las elecciones: ya están de su lado Argentina, Ecuador, Bolivia y El Salvador, trataron infructuosamente con Bolsonaro y ahora se les suma Chile, con un admirador vergonzante de Pinochet como José Antonio Kast. Cualquiera sea la coordinada aventura desestabilizadora, que tanto le debe a las fuerzas políticas complotistas que vegetan en Miami, la forma guerrerista con que los Estados Unidos optaron por intervenir en el Caribe y más recientemente en el Pacífico, se parece bastante a las maneras de los narcos que tanto pretenden neutralizar.
Viene al caso un texto de Paul K. Eiss (Latin American Perspectives, 2014) sobre la narcomedia como punto de partida para entender cómo se comunican algunos grupos más allá de su dimensión puramente criminal. De particular relevancia su lectura sobre las narcomantas aireadas en puentes y avenidas entre narcotraficantes para lanzarse mensajes acompañados de motivos explícitos de violencia, dirigidos a sus rivales pero también al público cercano y al Estado que lanzó su propia lucha contra las drogas en los tiempos de Felipe Calderón. Un violento espectáculo mil veces cuestionado, que supuso un ejercicio de soberanía y del que también aprendieron las mal llamadas fuerzas del orden mexicanas que no tardaron en replicar los métodos visuales a la hora de comunicar sus ajusticiamientos.
En fin, nada tienen que envidiarle las narcomantas al despliegue de masculinidad gringa con el que son reventadas pequeñas lanchas sin relación alguna con las leyes vigentes. Persiguen supuestos narcos y actúan como tales.
