En vez de hablar de Whiplash, la película sobre el joven baterista que pasa por el entrenamiento ruin y exigente del profesor, en una historia sencilla y bastante trillada pero resuelta con maestría al ritmo vertiginoso del bong y el splash (tanto que hay críticos que la catalogan como la mejor historia de terror del año), los Estados Unidos dedican sus últimos esfuerzos culturales a promocionar una parodia sobre el norcoreano Kim Jong-un que no aguanta ni para el 1º de enero.
Hay más peligro en Lassie y sin duda que era más corrosivo el humor de La pequeña maravilla. Sin embargo, los productores se salieron con la suya: lleno total, histeria colectiva, banderas en las filas de cine. The Interview recaudó el apetecido millón de dólares en su estreno, con lo cual de seguro habrá tantas secuelas como herederos del impúber regordete.
Alguien decía que la tercera guerra mundial por poco y arranca de la mano de Seth Rogen y James Franco, convertidos sin querer en el equivalente al archiduque asesinado antes de que iniciara la matazón europea de 1914. La crisis desatada está a la altura de los tiempos y en algo es proporcional a la calidad de la película: mediocre su tema y mediocre la discusión, que reduce la libertad de expresión a una serie de bromillas.
Tan mediocre todo como regular es Kim Jong-un, si de dictadores se trata. Mediocre, además, la censura, que no se sabe si fue pantallazo publicitario, ataque cibernético de alguna pomposa camada de hackers o el simple trasnocho de un adolescente con conexiones e ideas.
Todo mal. Otras eran las épocas en que el cine les hablaba duro a las dictaduras de Franco o los autoritarismos del Cono Sur. Ahora la pelea es contra Hollywood, y Hollywood es la medida de qué tan lejos e iconoclasta se puede llegar a ser en el séptimo arte.