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Por lo general las teorías explicativas que implican un complot difícilmente convencen. Son sospechosas. Lo mismo puede decirse del ataque con el que el expresidente Uribe se defendió el jueves, en su versión libre ante la desprestigiada Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes.
Aunque canoso, a Uribe se le vio tranquilo. Poco se exaltó. Arrancó a hablar y no paró en tres largas horas. Seguidas. Con prodigiosa memoria, hizo un recuento general de sus ocho años de gobierno. Tocó todos los temas. Defendió a todos los amigos. Pronto la audiencia judicial se convirtió en rendición de cuentas, tipo consejo comunal (o rueda de prensa). Estaba en lo suyo.
Una vez más, parecía el presidente. O por lo menos en campaña. Ante la carcajada contenida de Iván Cepeda, víctima de las chuzadas, se le escuchó decir que siempre protegió a la oposición. También a los periodistas. Y a la institucionalidad. Y a la justicia. Incluso a las ONG. Entonces llegaron las acusaciones: estamos ante una venganza criminal, dijo, con lo que de funcionario investigado se pasó a víctima.
No especificó si en esa venganza criminal participan o no órganos judiciales como la Fiscalía y la Corte Suprema de Justicia, pero hay quienes así interpretaron la hipótesis. Recordó, eso sí, que a él también lo chuzaron. Y ahora se plantea como posible (que no risible) la idea de que el DAS, que estaba adscrito a la Presidencia y por cuyos directores abogó Uribe uno por uno, forme parte de la misma venganza.
Descartadas las responsabilidades judiciales, tampoco hubo espacio para las políticas. Que poco se usan. Conclusión de la jornada: en lo del DAS nadie tiene la culpa. Queríamos saber quién responde por las chuzadas, por qué y para qué se hicieron, y ahora no tardarán en surgir los plinios que preguntan si sí existieron.
