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Que el que dijo Uribe no asista a los debates por orden de arriba y libreto (el miedo convertido en estrategia) es poca cosa frente a lo ya dicho en temas neurálgicos. Además de la posibilidad de hacer trizas la paz y de cogobernar con todo lo turbio y violento del uribismo, asuntos tradicionalmente manejados como anexo y relleno merecen una oportunidad.
Por estos días en que Argentina se moviliza a favor de las mujeres y sus derechos, una buena forma de repensar a Duque es revisar su discurso sobre la familia y los mal llamados “buenos modales sexuales”. Que no son otra cosa para el Centro Democrático que un divertimento de campaña política.
Para un liberal de estirpe goda que se precia de ser joven y moderno, el mismo que se compara con el canadiense Justin Trudeau y se vende como contrario a la intervención del Estado (en el mercado, las finanzas, el individuo, sus casas, hogares, camas y cobijas), es bastante extraño que su plan de gobierno haga énfasis en la importancia de una cátedra cívica. Y no solo cívica, sino también de urbanidad.
En algún punto de la contienda electoral, Duque fue ridiculizado con justa razón por sugerir que existe una relación entre el ocio y el embarazo adolescente. A más tiempo libre más posibilidades de embarazo. Condescendencia (son unos mal educados) y clasismo (a eso se dedican…) en una sola frase. Y ello enaltecido a política pública. La solución, entre tanto, estaría en esa urbanidad, que viene siendo de Carreño y defiende los valores de la familia tradicional.
La misma familia de padre, madre, tío y cercanos de la que emanan más del 40 % de los presuntos delitos sexuales registrados en el 2016 por Medicina Legal. Esas son las costumbres que Duque nos pide que protejamos. Para cualquier embarazo no deseado, Ordóñez quiere cárcel. A eso le llaman cultura cívica y urbanidad.
