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De dos verdades, la tercera

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Nicolás Rodríguez
05 de diciembre de 2015 - 02:00 a. m.
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La displicencia cafetera hacia el chavismo vale tanto en una discusión medianamente seria como el estribillo militante y robótico de Telesur contra las oligarquías colombianas.

Si Piedad Córdoba de verdad considera que Venezuela es el país de mostrar en defensa de los derechos humanos (incluso después del despótico cierre de la frontera), es fácil imaginarse lo que se estarán preguntando (y celebrando) en las mañanas radiales María Isabel y Julito. Si se pudiera escoger entre La W y Telesur, que quede una buena emisora universitaria. El punto es que otro periodismo y una política menos cínica son posibles al margen de la predecible comparación entre Colombia y Venezuela. Entre Chávez y Uribe. Entre Diosdado Cabello y… bueno, no todo es comparable. Samper y Pastrana tampoco tienen equivalentes.

Diferencias políticas y socioeconómicas hay miles. Aunque ya lo parece, este es no es un alegato relativista. Como buen embajador de ese extraño país militar que era Chávez, Maduro le teme al juego de las elecciones, que considera burgués. Preferiría la continuidad revolucionaria sin árbitros ni relevos. Con sudaderas, pero sin la cursi necesidad de competencia que tienen los civiles. Parapolítica aparte, Colombia se enorgullece de su democracia electoral. Aun y si cerca del 60% de los alcaldes electos tiene alguna investigación en la Fiscalía.

Aunque lo intentó con todas las jugarretas que pudo, Álvaro Uribe no se nos eternizó en el poder: he ahí una enorme diferencia, esta sí revolucionaria. El contra argumento de alguna izquierda colombiana es conocido y fácil: la democracia que algunos cachacos convencidos le enrostran a Caracas no da cuenta de los seis millones de desplazados. Y tienen razón. Es más: Caracas no llega ni a los dos millones y medio de habitantes. Lo de Colombia y sus derechos humanos es malo hasta para estándares venezolanos.

No todas las comparaciones son odiosas. La que se suele hacer entre Colombia y Venezuela también es estéril e inútil.

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