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Las últimas noticias sobre desminado permiten suponer que la paz con las Farc está llegando a lugares realmente intransitados. Como parte de este histórico acercamiento al inicio de una negociación exitosa hay medidas de menor impacto que nos recuerdan hasta qué punto las dificultades no están todas en los lugares menos transitados de la geografía nacional.
La creación de una nueva Comisión de Paz, por ejemplo, es un paso de alguna trascendencia política. Sin la participación de las voces menos amigas de lo que ocurre en La Habana, incluida la del expresidente Uribe, es posible que se pierda alguna legitimidad. Lo que no está tan claro es qué tanta y por qué es tan necesario incurrir en estos rutinarios ejercicios de diversificación.
Como ya se ha dicho varias veces, bajo su administración Uribe intentó avanzar sin ningún éxito hacia alguna paz con las Farc. Se habló de enviar cartas a Alfonso Cano y a Pablo Catatumbo. Y se discutió de un encuentro en Brasil. La paz no era entonces el problema. Como sí lo es la inaceptable idea de presenciar que otros la hagan primero. O peor aún: la posibilidad de no sacarle algún provecho político.
El del expresidente Andrés Pastrana es un caso patológico. Por haber fracasado en San Vicente del Caguán, Pastrana fue ascendido gratuitamente a una especie de experticia en temas de paz. No satisfecho con semejante reverencia, en repetidas ocasiones se opuso con todo lo que pudo al actual proceso. Parecía tan convencido y seguro de sus inamovibles críticas que nada permitía suponer que al día de hoy sería uno de los más ilustres miembros de la Comisión de Paz.
Por supuesto que es mejor tener a Pastrana entretenido y bien homenajeado. El tema es que no todo lo complicado se resuelve directamente con las Farc. El afán de protagonismo de nuestros heroicos líderes requiere por igual aplausos, pitos y condecoraciones. En español y, si es posible, en inglés.
