En vez de insultarla o sacarles burlas a sus ocurrencias, a la señora Cabal, una vez más, habría que abrirle un micrófono permanente. Y ojalá grabarla directamente en los archivos de la memoria histórica. No está desvariando, como afirman muchos. Y tampoco es la ideóloga del mal. Lo que sí dice es la verdad. Como con el programa de Fernando Londoño, la suya es la otra verdad.
No es un chorro de babas lo que emite la congresista. En su más reciente aparición radial, volvió al mantra uribista sobre los falsos positivos. Esos “muchachos”, dijo, “habían cometido muchos crímenes”. Por supuesto, tienen toda la razón las madres de Soacha al exigirle a Cabal que se retracte. Y no están de más los análisis que nos recuerdan la absoluta impunidad en que se encuentran las investigaciones.
Muchas madres no han recibido a sus hijos. O no conocen su paradero. Uno o dos reclutadores han sido procesados y aun así cuentan con la protección y los buenos oficios de los militares. Varios detenidos ya están en libertad. Las condenas son para los soldados y los mandos medios. Los coroneles y generales del Ejército nunca son interpelados. Muchos investigados por violaciones a los derechos humanos de hecho son parte de las listas oficiales a ascensos. Otros se acogieron a la Justicia Especial de Paz como si el secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición fuesen una parte legítima y rutinaria de la guerra.
Y aún así, nada nos prepara para la verdad elemental de la señora Cabal.
Las verdades menos aceptadas y más urgentes por lo general circulan al margen de los andamiajes institucionales de la justicia transicional. En Colombia, dio a entender la representante del Centro Democrático, los suyos tratan la marginalidad a punta de limpieza social. Y no hay nada de malo en ello. Es de sentido común.