De su viaje por Colombia en 1823, Gaspard-Theodore Mollien dejó un completísimo rosario de impresiones, a tono con imaginarios europeos que muchos quisiéramos superados.
Va un ejemplo: “Si por una parte las razas en los trópicos se debilitan a medida que se van haciendo más blancas, por otra se embellecen; esta es la razón por la cual todas las mulatas son inferiores en belleza a las mujeres blancas”. Clima, razas que mejoran y razas que empeoran. O se degeneran. Por ahí iba el viajero francés.
De los hombres negros dijo que “naturalmente tienen poca actividad para los negocios”. De los indígenas y los negros, llegado el momento de abordar por qué Chocó y Buenaventura no despegaban, no obstante su belleza e infinitas riquezas, escribió que “sus miembros, más bien poco fuertes, tienen gran agilidad, aunque no se prestan para realizar trabajos delicados que requieran atención mental, pues en general no son aptos para aplicarIa”.
Planteó, sin embargo, que “el puerto de Buenaventura figurará un día entre los primeros del Pacífico”. La tierra prometida para el Pacífico no era Asia, como sí lo es hoy, pero con la India y Europa a la vuelta de la esquina, pronto habría opulencia. O eso soñó.
Acertó, eso sí, en lo de las posibilidades materiales. Chocó pasó de los reales de minas, en el siglo XVII, a la extracción de oro y platino. Y de ahí a la explotación de madera. Recientemente hubo, además, hasta para expropiar tierras, con lo cual arrancó la incursión en los caminos de palma.
En síntesis, el presidente Santos puede hacernos creer que esta es, ahora sí, la hora de sacar al Pacífico de su atraso. Pero que acepte que sus invitaciones a la modernidad y el progreso también vienen de atrás, apalancadas en años de racismo. Y que no omita contar, desde su presidencia a la Alianza Pacífico, que las principales víctimas del conflicto armado son negros e indígenas.
