Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Del presidente de un país emproblemado y con una lista larga de cosas urgentes por hacer, uno esperaría que lo último para lo que queda tiempo es Twitter. Según Petro, por el contrario, ese es un escenario más de la democracia directa. Otro balcón.
Hay algo conservador en exigirle a cualquier gobernante que, en vez de entrar a hacer anuncios en Twitter, acuda únicamente a los designados para manejar la prensa. Los tiempos de las redes sociales sí suponen nuevas formas de comunicación y, por consiguiente, consecuencias para el ejercicio de la política.
Lo que no cuadra es el uso, a veces bodeguero, que el presidente le da a Twitter. Como arma de retaliación contra los que critican su gestión con o sin razón (y hasta con calumnias), pierde autoridad su investidura.
Buena parte del problema está, quizás, en el medio en sí mismo. Twitter no es la plaza pública que cree Petro. La calidad de su oratoria palidece ante las cápsulas de trinos muchas veces inentendibles que suele arrojar y que Twitter y sus guerras convierten en munición para la oposición.
Tampoco vienen bien las peleas mediáticas con sus malquerientes más radicales. Darles oxígeno a personas como María Fernanda Cabal solo alimenta la teoría de quienes afirman que Petro y su dialéctica requieren de un interlocutor rabioso al otro lado para avanzar.
No creo que sea así. De hecho es entendible el desespero ante cubrimientos mediáticos que exageran y mienten. Pero, como esos no son todos los tipos de periodismo que se ejercen en el país, hay algo infundado en la idea de irse de frente contra la prensa en general. A veces, hasta por sus supuestas omisiones.
Y todo desde Twitter y la fantasía de la democracia directa que, más que un balcón populista en un sentido amable o popular de la palabra, si se quiere, incentiva el espacio para otro francotirador. Una trinchera.
