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A Iván Duque se le vio tranquilo, afable y elocuente en su larga entrevista con El Espectador. No parecía el presidente de un país en llamas.
Contestó prácticamente todo. Con evasivas, indirectas y falsas verdades en más de una ocasión, pero alguna respuesta ofreció. Eso sí, sobre la base del guion que ya le conocíamos: en Colombia no hay ningún incendio (y los bomberos son los mejores de la historia).
“¿Y en qué cree que se va a incumplir?”, le preguntaron. “Yo prefiero mirar tema por tema. En lo ambiental, poco se habla de los resultados…”. El envidiable arte de rendir cuentas con autoelogios.
De los mismos creadores de las autoentrevistas.
¿Algo para decir sobre su disgusto por los contrapesos, señor presidente? “Aquí lo que se ha hecho es cumplir con la Constitución”.
Y en ese tono, buena parte de la entrevista. “Mi legado será dejar una agenda de equidad”.
Es más, la catarata de autoaprobaciones y grandilocuencias lo llevó a afirmar: “Hemos hecho más que lo que hizo el anterior gobierno para implementar la paz”.
Como bien lo señalaron analistas y expertos consultados por La Silla Vacía después de publicada la entrevista, esto último es cuestionable. Si no es que es abiertamente impreciso. O falso. Otros, quizás la mayoría, dirán que cínico.
Una de las reacciones que suscitó la entrevista en redes sociales y entre comentaristas recordó algo que ya se había dicho en ocasiones anteriores: Duque está alejado de la realidad.
Y sin embargo es capaz de lanzar el dardo.
No le basta con sostener la imprecisión sobre el verdadero desempeño de su gobierno en la implementación del Acuerdo de Paz. Prefiere provocar.
No hay espacio para la vergüenza.
En la misma entrevista, para que no quede duda de la buena fe de su monólogo interno: “Nadie puede decir que mi lenguaje, mi actitud o mi obra de gobierno polarizan”.
