A las Farc se les han hecho todo tipo de reproches literarios. Cada que su violencia sale a flote, alguien, en algún rincón, suelta un merecido insulto.
De entre los muchos que cabe recordar, uno en particular llama la atención. No es muy original y tampoco viene precedido de grandes historias de tragedias, como sí ocurre en el imaginario común con los apellidos de “terroristas” o “bárbaros”. Antes bien: supone una actitud humana, reflexiva. Es casi un elogio.
La palabra es “cínicas”. Las Farc son cínicas, ese es uno de los apelativos que con mayor frecuencia suelen usarse para hacer referencia ya no sólo a sus acciones sino a sus palabras. Al abismo enorme que suele haber entre las dos. Y es claro que sus líderes nada harán para evitarlo. Están cómodos con su cinismo. El cinismo, cabe agregar, es su lenguaje para la política.
Por lo mismo, no debe alarmar que de entrada las Farc nieguen el narcotráfico y nada digan de más sobre el secuestro. Piensan desde el cinismo. Ven el mundo desde el cinismo. Una actitud que, en lo referido al narcotráfico, no es necesariamente mala o buena. Pues también es cierto que no son, de entrada, los únicos que en Colombia se han visto relacionados con esta actividad. ¿O sí? ¿Hay, acaso, una Comisión de la Verdad sobre el Narcotráfico en Colombia? ¿Y por qué habría de empezar con las Farc?
Por el contrario, su cinismo en el tema del secuestro es una estrategia demasiado costosa. Hace bien el presidente Santos en creerles cuando dicen que no volverán a secuestrar. No hay de otra. Pero eso no quita que el secuestro no sea el pecado original. El momento en que se malogró lo que ya venía mal. El secuestro carga con un peso histórico, con una culpa en la forma como se desencadenaron posteriores masacres y desplazamientos. Ahí no hay lugar para el cinismo, que se lee como burla. Lo que cabe es hacer memoria. Trabajar con las víctimas.
