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Del posconflicto como locomotora

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Nicolás Rodríguez
04 de octubre de 2014 - 02:23 a. m.
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Se sabía que la tierra acumulada en la Altillanura iba a ser legalizada de una u otra manera.

En la película del desarrollo (ahora productivo, antes sostenible), desafortunadamente los que terminan por tener la razón casi siempre son los robledos. Que Uribe y Santos no se puedan ver ni en pintura, como tanto se dice, no invalida que sean también los protagonistas habituales de otros escenarios. De otras películas. En las que comparten parlamentos y se visten con ropajes parecidos.

En el caso del proyecto de ley que radicó el ministro Juan Fernando Cristo en calidad de encargado de la agricultura, lo que llama la atención no es entonces la continuidad que supone entregarles los baldíos a los grandes empresarios. Pues eso estaba en el libreto. Con o sin esquema Carimagua. Al margen o en defensa de Agro Ingreso Seguro. Con la ayuda o no de Brigard Urrutia. Cualquiera que sea el decorado, el modelo Iragorri se queda.

Lo que sí es llamativo (y ni tanto) es la justificación. Sobre la nueva ley, Cristo dijo que “será un instrumento muy eficaz hacia el futuro para el posconflicto”. Con lo que inaugura (o practica porque ser original en esto es bien difícil) una suerte de populismo en nombre de la violencia y sus secuelas que amenaza con legitimarlo todo. Desde la dichosa apropiación de baldíos hasta su reglamentación, que es como se le dice en la eufemística lengua que se habla en las locomotoras a su legalización. Pasando por otro tipo de concentraciones, acaso menos estéticas (pero igual de éticas), como las de ministros que se declaran impedidos.

Y todo en nombre del posconflicto, que en vez de ser una instancia neutra y más bien lúgubre, si se quiere triste, viene a ser considerada una linda oportunidad empresarial. Una histórica ocasión (aquí todos quieren hacer historia: el posconflicto lo necesita) para desempolvar mantras y guías espirituales que nos lleven al éxito.

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