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Algo de cierto hay en que faltó pedagogía a la hora de socializar las recomendaciones de la Comisión de la Verdad. Al tratarse de un ejercicio de memoria frente a un conflicto que en buena parte todavía continúa, lo que había en juego era aún más retador.
Sin embargo, es como mínimo ridículo que uno de los negociadores del proceso de paz con las Farc-Ep, Humberto de la Calle, sostenga que de la Comisión de la Verdad no se esperaba ninguna recomendación. En el debate parlamentario sobre si las recomendaciones deben o no ir en el Plan de Desarrollo, De la Calle se mostró ya no solo tibio sino abiertamente reaccionario.
Si el promotor de un capítulo más de la justicia transicional no tiene claro que las comisiones de la verdad tienen por costumbre casi institucional emitir recomendaciones, ¿qué pueden esperar las víctimas del conflicto armado?
Como bien lo explicó el padre Francisco de Roux en una entrevista radial en la que lo acorralaron con una predecible María Fernanda Cabal sin freno del otro lado, de lo que se trataba para la Comisión de la Verdad era de emitir una serie de recomendaciones que estuviesen por encima de lo puramente electoral.
Vale decir, un mandato ético con el que no todos tenían que estar de acuerdo. Pero que obedece a la legitimidad que da el haber escuchado, en un clima difícil de negacionismo, algunas de las historias de dolor que dejan más de seis décadas de victimizaciones.
Cualquiera sea el futuro de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, era difícil pronosticar que sus impulsores originales se decidirían por obstaculizar la implementación del proceso de paz. Parecería que las labores complotistas y atravesadas de Álvaro Uribe, a quien nadie extraña, están siendo asumidas por una derecha vergonzante.
Son los mismos en insistir, una y otra vez, en que el centro está en riesgo.
