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No todos los fiscales generales son oscuros y tenebrosos. También los hay grisáceos y cantinflescos. Algo va de Néstor Humberto Martínez urdiendo miedosas estratagemas tras bambalinas a Francisco Barbosa jugando a ser fiscal.
La última ocurrencia de nuestro autoproclamado mejor fiscal de la historia lo llevó a oponerse a la política de drogas de la actual administración. Sin miedo alguno a hacer el ridículo, Barbosa le informó a la opinión pública su “voto de desaprobación” ante el Consejo Superior de Política Criminal. Los medios no habían terminado de cubrir la noticia cuando ya estaba el ministro de Justicia, en W Radio, con paciencia y altas dosis de ternura, corrigiendo a Barbosa: “La política de drogas la elabora y adopta el Gobierno, no se vota”.
El episodio es tan anecdótico como divertido. Lo mismo ocurre con el personaje. Sin embargo, es alarmante que un tema como la política de drogas, del que depende la vida de tantos y tantas, sea material de comedia.
Para nadie es un secreto (Estados Unidos incluido) que el presidente Petro defiende otra forma de encarar la mal llamada guerra contra las drogas. En vez de lamentar el fin de las fumigaciones aéreas, apuesta por interdicciones de cargamentos, ayuda social a cultivadores con enfoque de derechos humanos y reducción de riesgos frente al consumo.
Según el fiscal, nada de esto es suficiente. No hay, afirma, “objetivos” o “acciones claras que demuestren la lucha del Estado contra el narcotráfico”. Barbosa da a entender que no hay una política, pese a que la política de drogas consiste, justamente, en dejar de hacer lo que se hizo durante más de cinco décadas.
Es normal que Barbosa y los suyos sean incapaces de procesar el cambio. Desaprender y desandar son tareas más complejas que las que supone ordenar desde Bogotá y sus mapas satelitales el sobrevuelo del territorio en avionetas y helicópteros cargados con glifosato.
Mirar desde abajo también es una política.
