La foto obvia y de contraste con la de los animales muertos en el Casanare es la portada estándar que ilustra el aluvión de publirreportajes ideados para ambientar la toma de la Orinoquia: lindos atardeceres con dos o tres hombres Marlboro a caballo (dos llaneros podrían ser del mal gusto) que contemplan el paisaje.
Los titulares, como la foto, se desviven en creatividad colonial: “tierra a la vista” y una invitación formal a tomarse la selva y el llano, que en esta fantasía encomendera no le pertenecen a nadie. Están deshabitados. La foto que resulta es entonces aún más violenta que la de los chigüiros deshidratados: aquí no hay nadie.
“La riqueza étnica” de la que algunos hablan es parte del paisaje. El agua, los animales, los indígenas. En la foto que ofrecen los vendedores ambulantes del desarrollo, por consiguiente, no hay seres humanos. En el mejor de los casos, estos hacen parte de la biodiversidad. “Una zona rica en indígenas”.
Sin duda, un avance con respecto a las épocas en que se les disparaba en plan de caza. Porque esa también es una imagen del álbum familiar del desarrollo: no sólo las pieles de animales han sido objeto de intercambio. “Porque el tigre también se come el ganado”, por eso los comparaban con felinos. La matanza de La Rubiera, en la que dieciséis indígenas cuivas son atacados en Arauca, viene a cuento: “yo no sabía que era malo matar indios”, dijo uno de los vaqueros con la naturalidad que da el considerar que otras fuentes de autoridad practicaban el mismo deporte.
Además de la del petróleo, que también ilustra, fotos hay muchas. En buen español avasallador ya lo había dibujado previamente el expresidente Uribe: “¿Ustedes saben lo importante que es para el mundo agropecuario tener allí 250 mil kilómetros planos, sin piedra, listicos para cultivar y sin el obstáculo ecológico de que hay que llegar con el hacha?”.