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Como reacción al violento e indiscriminado ataque de Hamás, Yuval Noah Harari, uno de los intelectuales públicos israelíes más leídos y comentados, ha escrito varias columnas de opinión y ha dado entrevistas en diversos medios de comunicación. Familiares suyos sobrevivieron al ataque contra el kibutz donde residían, el pasado 7 de octubre. En sus palabras: amigos y cercanos pasaron por escenas que recuerdan el Holocausto.
Israel tendría la obligación de defender a sus ciudadanos y por consiguiente estaría en su derecho de atacar a Hamás, un grupo fundamentalista islámico. Esto no significa, argumenta Harari, que deba equipararlo con el pueblo palestino.
Sobre el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y su entorno inmediato, Harari opina que acogieron las ideas de una extrema derecha mesiánica, borracha de visiones bíblicas y defensora de una supremacía judía. Israel estaría ante dos guerras que debe ganar. Una contra Hamás y otra, igual de urgente, para salvar su propia humanidad. Vale decir, para no ceder ante la rabia.
A juzgar por lo que se puede ver y leer diariamente en las noticias, no caer en la venganza es una guerra que Israel va perdiendo.
Harari insiste también en que el orden liberal basado en valores democráticos, que mantenía a salvo a Israel, se ha resquebrajado. Ahí, en esas, las costuras de su posición política quedan a la intemperie, al acecho de los que enarbolan las banderas de la izquierda a la que también denunció, con razón, por no condenar los ataques de Hamás contra civiles.
Omite Harari, acaso intencionalmente, que el añorado orden liberal y humanista que Israel defiende, con el apoyo explícito del arsenal bélico de los Estados Unidos, es parte del statu quo que mantiene al pueblo palestino reprimido y en situación de potencial genocidio.
Como también lo sugirió, paradójicamente, el secretario general de la ONU (otro hijo del orden liberal posterior a la Segunda Guerra Mundial), los ataques de Hamás no ocurrieron “en el vacío”.
