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El pasado miércoles en la noche, Gustavo Petro no decretó la conmoción interior y tampoco le dio solución al paro. Se refirió, eso sí, a un problema serio. Para muchos un refrito, como quiera que las denuncias sobre la compra de un software israelí durante el gobierno de Iván Duque no son nuevas, pero no por ello necesariamente falsas. O raras.
Se agradece que el estado de sitio con el que otros gobernaron la protesta durante décadas ya no sea una opción. Como no lo fue inicialmente el ya extinto Esmad y los juguetes de guerra antidisturbios (al cierre de esta columna, el jueves en la tarde, en Bogotá ya había algo de aquello por los lados de la nueva Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden, Undmo, que no salieron propiamente a charlar pero tampoco se les vio sacando ojos).
Cualquiera haya sido el desenlace, que uno esperaría pacífico y respetuoso del derecho a la protesta tantas veces promovido por algunos de los representantes de este gobierno, en vez de estado de sitio quedó decretado el estado de cortina de humo.
Hay que decir que el papel doblado y sin mucha gracia oficial con el que el presidente se hizo grabar no ayudó. Guardadas las proporciones y los niveles de melodrama, viene al caso la auto entrevista del propio Duque en inglés. Una puesta en escena similar.
El guión escogido para mantener la cortina de humo, que ya de por sí era una idea digna de la propaganda que tantas veces le cuestionaron al uribismo, fue reducido a un Petro menos mágico y más bien notarial, enredado, leyendo en voz alta cosas como “fecha de nacimiento” y “número de registro”.
El software Pegasus salió a volar innecesariamente, cuando no era.
Una pésima estrategia de comunicaciones. Infantil, si se quiere. Casi cínica. Por sobre todo, un abaratamiento de la gravedad de la violación de los derechos de los ciudadanos que sí requerirían justicia.
