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TODO LO QUE SE VE EN UNA FOTO YA pasó pero sigue ahí. Esas personas que retrató Nereo López un día cualquiera en Yopal, por allá en 1959, están vivas en la imagen.
Con razón un libro que reúne muchas de sus mejores imágenes plantea que el fotógrafo era un contador de historias.
La metáfora es acertada pero incompleta. En muchas ocasiones las historias que cuentan sus imágenes son una invención suya. Están armadas. Como cuando la familia en Yopal posó para otro fotógrafo, que en realidad no era Nereo, mientras este se hacía un peldaño arriba, más lejos, en la antesala de toda la escena. Mejor sería afirmar que Nereo López era un dictador de historias.
La escena es costumbrista en el mejor sentido de la palabra: un hombre y una mujer preparan al niño para la foto, mientras el fotógrafo del pueblo les da indicaciones en su estudio improvisado, al aire libre. Es verdad que posan con timidez. Que sonríen. Que se mueven. El niño no acaba de encajar en el caballo de mentiras. Que tampoco se ve muy cómodo (ver foto: http://bit.ly/1Enkn1t).
Pero nada de esto se debe necesariamente a que sean “humildes” (léase pobres), que es como la condescendencia urbana ha querido narrar la historia inventada por Nereo. Esa interpretación ya es, de hecho, otra historia: la de los editores y curadores con ojo tierno y museificante. “Familia con su llanerito” escriben algunos sobre esta foto, al mejor estilo de las guías para extranjeros (Yopal: sus paisajes y su gente). La gente ve lo que quiere ver. Un álbum de maneras, por ejemplo. O uno de tipologías.
En vez de esta falsa empatía turística (nadie diría “familia con su bogotanito”) se podría considerar que gracias a Nereo y su foto de la foto, que incluye el aparato mágico, asistimos a un momento íntimo: la elaboración del álbum familiar. La imagen también es la exaltación de un oficio serio: el fotógrafo del pueblo.
