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Excelente el artículo escrito por Constanza Castro Benavides para Razón Pública sobre el futuro del Centro Nacional de Memoria Histórica.
Son varias las tareas pendientes. El Museo de la Memoria, pese a su obligatoriedad, sigue siendo una promesa. El cambio forzado en algunos de los libretos museográficos requiere atención. La indiferencia ante las críticas de varias organizaciones defensoras de los derechos humanos no puede continuar. La salida de Darío Acevedo y su insistencia en la preponderancia de narrativas uribistas sobre el conflicto, fácilmente negacionistas, obligan a una reconceptualización de lo que está en juego.
En fin, como en otros temas de la administración del presidente Gustavo Petro, estamos ante un momento de cambio. Valdría la pena insistir en dos asuntos que requieren espacios culturales y empuje burocrático.
Por un lado, está el deseo legítimo de las Fuerzas Armadas por dar a conocer su versión. Políticamente informada y en ocasiones tergiversada y manipulada por el mismo Uribe y los suyos. Pero a todas luces legítima. El reconocimiento de los militares como víctimas de violaciones al derecho internacional humanitario no da espera. Y tiene de hecho un consolidado de información en la Comisión de la Verdad.
Por otro lado, valiosas iniciativas de memoria en Tumaco sobreviven sin fondos oficiales ante el acecho de los grupos armados. El llamado posconflicto sigue siendo conflicto y desde ya se ve cómo, con toda la razón, valdría la pena exponer los remiendos de la justicia transicional.
Las comunidades que mantienen con vida espacios como el de la Casa de la Memoria de Tumaco requieren estabilidad económica, planes ciertos de sostenibilidad y una conversación seria con el Gobierno. Además de realistas dosis de seguridad para los que se atreven a mantenerlos con vida.
Más allá de la preocupación por la construcción del gran Museo, que muchos esperamos, las casas de la memoria, en Tumaco o Granada, y sus salones del nunca más (y tantos otros sitios) aguantan y merecen.
