Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El que arranca será un año más bien raro para el periodismo colombiano. Justo cuando la revista Soho venía de perder una que otra pequeña batalla en redes sociales, todo indica que sus gestores se apropiarán de La Luciérnaga, el programa de humor político que trasciende el olor a ajiaco de la irreverencia bogotana y su casa Samper.
La paradoja es grande: llegado el momento de repensar el futuro de un programa radial que marcó a toda una generación, llegado el instante, pues, de la tan anunciada renovación, las riendas las asume el exeditor de una revista que todavía considera fino el eslogan “Sólo para hombres”.
No basta con “informar, entretener y defender a la gente”, que fue como describió sus tareas con sospechosa humildad Gustavo Gómez. A esa misma gente hay que defenderla del periodismo que informa desde un mismo comedor y no es del todo entretenida.
El modelo Soho de diversión se agota en la portada, que es la entrada a un lugar que promete atrevimiento y no pasa de empelotar personas (cuando lo revolucionario sería posar con ropa).
Entre pequeñas notas de pornografía involuntaria tipo “Cómo vivir del mínimo un mes”, todo apunta al triste día en que la conciencia rebelde de una fórmula periodística ajada lleve al inevitable “Cómo es ser una víctima diez días”, a la que de seguro le pedirán que se desnude (“en términos fotográficos, la ética es la estética”, ha dicho Daniel Samper Ospina).
El futuro de La Luciérnaga también depende de sus periodistas, eso es lo bueno. La gente que hace reír ya está ahí. El tema es que otros han sido formalmente retirados. El caso de Gustavo Álvarez Gardeazábal es un mal augurio: una antena en Tuluá, por muy sospechoso o problemático que le resulte a más de uno, era una garantía de escapismo frente al modelo de radio perfumada en Bogotá para consumo nacional.
