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El mito del buen gobernante latinoamericano

Nicolás Rodríguez

29 de diciembre de 2017 - 09:00 p. m.

La fanaticada fujimorista le agradece al expresidente el haber dedicado su poderío a enfrentar el terrorismo de las guerrillas sin reparar en la violación de derechos humanos. La efectividad con la que el ejército peruano se impuso y la popularidad que le generó a Fujimori alimentan el mito del buen gobernante.

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Algo muy parecido a la memoria que todavía pervive entre chilenos defensores del legado de Pinochet. Al dictador se le recuerda entre algunos segmentos de la población como un salvador de la patria y de la economía, además de un representante de los heroicos militares que se le cruzaron al comunismo.

Encamado y menos vigoroso que en sus años de mano dura contra Sendero Luminoso, Fujimori se decidió a pedir perdón desde la clínica Centenario, en Lima. Además de autoelogiarse por lo bien recibidos que fueron los resultados de su gobierno, aceptó haber “defraudado también a otros compatriotas”.

Lo segundo es ruin, pues más que una ligera desilusión o un inofensivo desenamoramiento, el condenado y recién indultado mandatario ha debido disculparse con los familiares de las víctimas asesinadas, desaparecidas y secuestradas bajo su gobierno.

Por el contrario, optó por una salida estratégica, a tono con el salvavidas humanitario que le lanzó el presidente Kuczynski en retribución a los buenos oficios de su hija y otrora rival a la Presidencia, Keiko Fujimori, quien movió sus hilos en el Congreso para evitar que fuese destituido en un proceso por corrupción (con Odebrecht detrás, el personaje latinoamericano del año).

Un clásico ejemplo de toma y dame. De lo otro, lo del mito buen gobernante, también hay ejemplos en la región. Pinochet no está solo. En Colombia el paralelo es con Uribe. De haber logrado eternizarse en el poder, como en efecto lo intentó en una tercera ocasión, Uribe quizás habría acabado a la guerrilla por la vía militar y al precio de una violación masiva de los derechos humanos.

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