Muchas fueron las opiniones a favor del baño de decencia y honestidad que se dio el presidente de Millonarios con el tema de las estrellas y el narcotráfico.
No faltó ni el apoyo del propio Mockus, desde el ala radical del “no todo vale”, a quien se le debieron abrir los ojos ante tan inesperado golpe de gracia. De repente, parecía como si la Ola Verde hubiese resucitado.
Otros pocos, dubitativos, plantearon argumentos sobre lo propagandístico de la propuesta y lo taquillero de la iniciativa. Hubo incluso quienes se atrevieron a dudar de la honorabilidad de la campaña, toda vez que la emprendía, de lado, contra el talento y el esfuerzo de los jugadores.
Como sea, en ningún caso se llegó al punto de relativizar el daño que el narcotráfico le ha hecho a la sociedad colombiana. En eso el mockusianismo es la regla. El episodio sí dio lugar, sin embargo, a que varios defensores de la devolución de las estrellas aprovecharan para volver a la perezosa idea que supone que en Colombia no hay historia de nada. Por ningún lado. Nunca. En Colombia, gritaron, no hay memoria. Somos un país de desmemoriados en el que nadie recuerda. Por consiguiente: qué mejor momento que este para prender, por fin, la luz de la historia. Y que se haga la verdad.
Y esto en tiempos en que no podría haber más memoria e historia. O memorias e historias, para ser exactos. Justo cuando el pasado se tomó las telenovelas, los periódicos, las editoriales y los juzgados (¿qué es, si no, un delito que no prescribe?). Es más: justo cuando la memoria del narcotráfico cuenta con su propio mercado.
Otra cosa es que el tipo de historia que tenemos, fragmentaria y contradictoria, como lo pueden ser las memorias de dos víctimas, escape al relato plano, de decentes e indecentes, que se nos quiere vender de un pasado tan difícil como lo puede ser el de la década de los ochenta.