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En la Sala de la Memoria y la Dignidad del Museo Militar conviven dos narrativas que por momentos se contradicen.
Por un lado, está la idea del militar como víctima de una violación al derecho internacional humanitario. Es decir, las víctimas según las leyes internacionales que regulan la guerra. Las víctimas del secuestro, por ejemplo. O las víctimas de armas prohibidas, como lo pueden ser las minas antipersona.
Por el otro lado, la curaduría del museo también insiste en la existencia de un terrorismo que por momentos le quita posibilidades de existencia política al conflicto armado. La curaduría parecería sugerir que toda violencia ocurrida dentro del conflicto armado debe ser considerada terrorismo.
Por ello, muchos militares son asumidos como víctimas del terrorismo y no como combatientes. Una contradicción difícil de resolver salta a la vista de quien visita el museo.
Hay una evidente puesta en escena de la victimización de los militares, con lo cual se acepta que hubo un conflicto armado. Y al mismo tiempo se pretende que la narrativa de la amenaza terrorista sirva de contexto para explicarlo prácticamente todo.
Este tipo de dilemas serán asumidos por el futuro Museo de la Memoria, cuyo director fue relevado de su cargo por Darío Acevedo. Aparentemente le pidieron su renuncia y las razones para tal decisión son preocupantes.
No está claro si estamos ante un problema de cambio de enfoque y prioridades entre una administración y otra. Si Acevedo simplemente quiere que los militares cuenten sus memorias. O si de verdad pretende reconstruir el guion que ya se tiene para darles un papel preponderante.
Así como cualquiera puede asistir al Museo Militar y elaborar sus propias preguntas sobre la historia que nos están contando, Acevedo debería ser mucho más franco frente a la misión que le quiere dar al museo y lo que está en juego.
En vez de cortar acá y allá, editar por ahí y censurar por allá.
