El poder de la calle

Nicolás Rodríguez
01 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

En una columna de opinión el exvicepresidente Francisco Santos, dando ejemplo de civismo cínico (en otra ocasión pidió electrochoques para los estudiantes que insistieran en movilizarse) salió a defender la marcha.

Con una empalagosa cantidad de auto referencias históricas, explicó que en los noventas otras marchas y convocatorias contra las Farc, el Eln y los paramilitares fueron decisivas. Se refería en concreto al exitoso trabajo de la fundación País Libre y al clamor generalizado del año 1996 contra la práctica del secuestro. “Por eso, porque sé lo que es el poder de la calle, jamás invitaría a no marchar”.

Es posible que las marchas le hubiesen dado un poder simbólico considerable a la movilización ciudadana y las posibilidades de la paz en tiempos particularmente violentos. Por ahí mismo fue que se nos coló unos años después Pastrana y se les dio inicio a las negociaciones del Caguán. En el papel e incluso si los críticos de oficio las consideran completamente inocuas, las marchas por la paz tienen un componente democratizador. Vale.

Lo que no está claro es el espíritu selectivo e incluyente con el que recuerda el exvicepresidente sus épocas de activista. No todas las marchas van a dar a un punto fijo. Muchas son reprimidas. Esa ha sido en buena parte la costumbre. Otras simplemente son obviadas. Y unas más son cooptadas. País Libre ayudó a poner en la agenda mediática y política el tema del secuestro, pero también incentivó la apropiación de espacios que le eran vitales a los que marchaban por ese y otros motivos.

En los noventas, cuando no eran claras las posibles diferencias entre victimizaciones, los delitos de la desaparición forzada y el desplazamiento no contaban por igual. El lenguaje de los derechos humanos, la invasión de las oenegés, el activismo de base y la atención internacional ayudaron a etiquetar la violencia que provenía de diferentes fuentes armadas con categorías nuevas. Los avances en el reconocimiento del drama que se vivía en las regiones fueron considerables, pero no suficientes.

El slogan del ¡No más! con el que quedaron centralizadas las apuestas por la paz en los noventas también redujo los intereses de muchas personas a un problema exclusivo de la guerrilla y su sordo favoritismo por el secuestro. Entre tanto, otras agendas políticas de reforma social fueron opacadas. En fin, cuando el exvicepresidente afirma conocer el poder de la calle hay que creerle. No habla en nombre propio pues es un vocero autorizado del uribismo y la oposición a las negociaciones de paz. No está diciendo que la calle tenga poder, en genérico. Está afirmando que sabe cómo usarlo y para qué es.

 

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