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El sentido común del cambio

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Nicolás Rodríguez
09 de julio de 2022 - 05:30 a. m.
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Hay algo grandilocuente en la insistencia en el cambio.

El propio Petro sostuvo algo así como que Colombia sería otra en adelante (“a partir de hoy Colombia cambia”). Diversos titulares de prensa nacional e internacional retomaron la idea de la llegada del cambio. Se habló del “cambio prometido”, de “una apuesta por el cambio”, de los “desafíos del cambio”.

Es tanta la expectativa que hay una suerte de género periodístico interesado en discutir qué puede cambiar, cómo y en definitiva hasta dónde. O qué tan rápido. Amigos y enemigos del asunto se debaten sobre si cambiar es transformarlo todo o simplemente mejorarlo. El lugar de la revolución y la relación con el continuismo hacen parte de la gramática del cambio.

Mientras unos y otros se deciden por la alquimia final que acaso pueda acercarnos a esa tierra prometida del cambio, lo cierto es que este ya empezó a ocurrir. Sin grandes gestos que algunos consideran ideológicos. Y ciertamente sin esperar a que se muevan las capas tectónicas del ordenamiento social, el andamiaje territorial o la forma misma de lo institucional.

Bastaron pocas señales, por lo demás puramente orales y por lo pronto sin concreción material posible, para que le veamos el rostro al tal cambio.

Una futura ministra que rotundamente se niega a seguir con el glifosato y pone al Estado del lado de los ciudadanos. Otra ministra que habla con fluidez del Acuerdo de Paz. Una más que encarna el ideal de una cultura lejana al simple entretenimiento y las artes domesticadas de la economía naranja. Llamados de respeto y capacidad de escucha ante las verdades difíciles de la Comisión de la Verdad.

En fin, la promesa de un presidente que no se disfrazará de policía después de una noche de palizas oficiales. Y tampoco posará enchaquetado de militar.

Pequeños gestos de sentido común, por ahí va el ADN del cambio.

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