A pocas entidades les fue tan mal con el cambio de gobierno como al Centro Nacional de Memoria Histórica. Al encargado de la entidad se le oyó en estos días, sin embargo, un discurso lejano al que lo caracterizaba.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
A pocas entidades les fue tan mal con el cambio de gobierno como al Centro Nacional de Memoria Histórica. Al encargado de la entidad se le oyó en estos días, sin embargo, un discurso lejano al que lo caracterizaba.
Ahora Darío Acevedo dice reconocer plenamente el conflicto armado. Por supuesto, no podía ser de otra manera viniendo del mismo Gobierno forzado a sentar cátedra sobre si se respetan o no las leyes de la guerra cuando se toman menores de edad por blancos militares.
Como sea, Acevedo enfatiza la importancia de la pluralidad bajo su administración, como si tal cosa estuviese ausente en los informes publicados. E insiste en la necesidad de democratizar por mérito las investigaciones que realizará el centro, sugiriendo con ello que anteriormente todo se hacía informalmente y a dedo, si no es que por rosca.
En el centro de la discordia, aunque no se asuma abiertamente, está la memoria de los militares. En vez de integrarla de una manera crítica a lo que ya se sabe sobre los otros grupos armados, Acevedo parece empeñado en abrirle espacios privilegiados a su discusión.
Para tal efecto, buena parte de la velada intención consistiría en demorar, torcer y si no de plano cambiar lo que se ha logrado en materia de conocimiento acumulado. Tal es el caso de los guiones del Museo de la Memoria, que no parecen ser de su interés.
Pese a que ya no estamos en el escenario de la negación del conflicto armado (José Obdulio Gaviria es prehistoria), sigue habiendo una mirada de Guerra Fría al trabajo anterior del Centro de Memoria. El director ha terminado por reducir todas las críticas que le han hecho a la existencia de un colectivo que llama “ellos”, los que “creen que lo que dejaron es intocable”.
Su obsesión con las filiaciones políticas de los autores de los informes y de los citantes al debate de control político afecta principalmente a las víctimas.