Lo de la paz y la inofensiva paloma blanca hay que replantearlo. En realidad, la paz es un bicho raro, más bien grisáceo, que despierta poca alegría y del que no se sabe si vuela, salta, camina o gatea. Evoca pesimismo, no esperanza.
Lo primero es constatar que la prensa liberal y contestataria (por decirle de alguna manera) básicamente le ladra a la luna. Ocurrió en el 2002 con la primera elección de Uribe, en el 2006 con la segunda y en el 2010 con la primera de Santos. Ahora que se requiere su reelección para defender la paz, la prensa lo apoya y entonces va perdiendo.
También está ahí el tema del voto en blanco entre la izquierda que se jacta de tener una visión más amplia de lo que está en juego: no hacerle, dicen, ninguna concesión al modelo neoliberal. Para cuando ya sea tarde y el uribismo en pleno haya acabado con cualquier garantía institucional, los robledos tendrán que limitar su sapiencia a defenderse de las chuzadas y la persecución política.
Y queda por repensar el voto de algunos sindicalistas y organizaciones campesinas que normalmente, en lo cotidiano, suelen ser radicales e inconformes. Muchos, sin embargo, llegadas las elecciones votan por las fuerzas políticas más tradicionales. En varias zonas del país en las que hay conflicto perdió Santos, a pesar de sus posiciones sobre la Ley de Víctimas, la reparación o la restitución de tierras. Que si bien en conjunto no son la añorada reforma agraria, tampoco están del lado de la contrarreforma agraria.
En definitiva, la paz no emociona lo suficiente como para desbancar el odio profundo que el país les tiene a las Farc. La prensa va por un lado y el país político por otro. Y hay una incapacidad para diferenciar entre lo malo y lo peligroso, entre lo desastroso y lo mortal: no hay, pues, ningún sentido de la urgencia frente a la necesidad de tomar posiciones.