No todo es cuestionable en el nuevo uniforme azul de la Policía con el que el Gobierno pretende acercar la institución a la ciudadanía y por supuesto pasar la página.
El famoso código QR, en particular, incentiva unas prácticas que van más allá de la valiente operación que supone tratar de escanear la ropa de un policía alterado.
Lo novedoso no es la invitación al suicidio.
La primicia es la orden implícita que el propio presidente dio al asumir con el inexplicable entusiasmo de siempre que los policías debían andar equipados con códigos QR.
La instrucción gubernamental es más bien sencilla: en adelante no solo es permitido y por consiguiente legal (ya lo era, pero sirve que lo recuerden desde arriba) observar con cuidado qué hacen y qué no hacen los policías, sino que es un deber ciudadano apuntar de vuelta con el celular.
Desde las entrañas de uno de los partidos políticos menos adeptos a la ética brotan lecciones de cultura ciudadana que ya habrían querido los mockusianos imaginar.
Sin quererlo el Gobierno se embarcó en una revolucionaria reforma. Pretendían desentenderse del asunto tras semanas de fotografías y videos de abusos… y terminaron promoviendo el ejercicio de una ciudadanía basada en el poder de lo visual.
Después de todo, Duque ya nos había contado de sus deseos: “Tenemos un propósito y es que Colombia cumpla ese anhelo de convertirse en el Silicon Valley de América Latina”.
Antes o después de ser “la cuarta revolución industrial en Suramérica”.
“Hemos puesto a Colombia en el camino de ser el epicentro de la innovación regional”: exagera, como es costumbre cuando se trata de vender su legado, y sin saberlo también acierta.
“Más emprendimiento, más creatividad”, pide a gritos nuestro Nayib Bukele colombiano casi a punto de entregarse a las criptomonedas.
A los consumidores y los emprendedores de los que depende la economía naranja agrega ahora la posibilidad, insuficiente pero bienvenida, de unos ciudadanos.