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En el episodio de los Panamericanos salieron a relucir lo buenos que somos en los juegos olímpicos de las excusas y los complejos.
Los primeros en reaccionar con sus silencios fueron los posibles culpables. El presidente no supo aclarar qué fue lo que pasó con los dineros que debían ser consignados. Al cierre de esta columna, el jueves pasado en la tarde, Petro, que a juzgar por los galimatías de medianoche opina hasta dormido, no había tuiteado al respecto. Sobre la falta de pagos de la administración anterior poco hablaron en W Radio. Por su parte, los que pidieron prórroga en los plazos desde la Alcaldía de Barranquilla tampoco aceptaron error alguno.
En lo que sí repararon en la radio fue en la trillada metáfora de la vitrina. Los Panamericanos y sus atletas como vitrina, la vitrina para Barranquilla, las vitrinas del Caribe, Colombia y su vitrina al mundo, al mundo global… De donde se deduce que ya no nos van a mirar, no podemos mostrarnos, nadie nos querrá visitar.
En estos relatos de reinado de belleza a los que termina reducida la discusión sobre lo internacional, Colombia sigue siendo magia y pasión. Y ahora biodiversidad. Un partido más de fútbol con la gloriosa tricolor. Se perdió la oportunidad de “mostrar a Colombia internacionalmente”, se lee por ahí. Es que nadie se puso la 10.
“Un oso internacional”, según varios analistas. “Un oso global”, agregó Luis Carlos Vélez. Se perdió “un esfuerzo de país”, añadió el infaltable Iván Duque en el lenguaje robótico y corporativo de los obsesionados con las marcas.
Mucho más que una vitrina para que los demás vengan a vernos, signifique eso lo que signifique, lo que se puede ver con más claridad en este episodio son las ansiedades de unos sectores particulares. Por encima de la tal vitrina, un espejo.
Hay algo tremendamente parroquial en el debate sobre la importancia de lo internacional.
