Si al precio oficial de un Iphone 5, por el que adictos a la manzanita aguantaron hasta 17 horas parados, se le sumara, en ocioso ejercicio de economía moral, el valor del dolor humano que implicó fabricarlo en alguna megaempresa China, quizás Apple vería cómo su aura de frescura e innovación no vale lo que cuesta.
Sobre el inexistente índice de dolor agregado al precio final, varias son las noticias que podrían proveer algún material para su elaboración. Noticias viejas que hasta que el New York Times no recogió, nadie creyó. Piénsese, por ejemplo, en los suicidios de las personas que duermen y trabajan en las instalaciones con tintes carcelarios de Foxconn, empresa taiwanesa que fabricó algunos de los iPhone y iPad. O en las monótonas líneas de ensamblaje, de las que no se pueden parar ni siete horas después de haber empezado a hacer el mismo movimiento, con la misma mano y en el mismo sentido.
¿Enajenación? Pues sí, pero con contrato de trabajo. Luego hasta les va mejor que a muchos colombianos. Hay quienes creen, de hecho, que los guardias que rodean la zona no están para evitar que la gente se escape con información confidencial (el color trasero de la tapita del iPhone 16, digamos), sino para evitar que otros intenten conseguir el trabajo. Puede ser.
Y es que es más: Apple no está sola en lo de abaratar a las patadas los costos de producción, pues también hay denuncias contra otros cientos de empresas que no hacen en Estados Unidos lo que la gente se muere por hacer afuera. En el fondo, acá no hay nada nuevo. El capitalismo puede ser feo y eso no quita que un iPhone sea considerado, por el contrario, particularmente bonito.
Lo que sí indigesta, entre tanto, es el discurso de la pureza incontaminada, frutal, del mundo Apple. Podrá tratarse de una ventana moderna y ecológica al futuro, pero lo cierto es que se divisa un pasado bien convencional.
