Si algo humaniza a los habitantes de calle, para los que se usaba el término ‘desechable’, es su relación con los perros. Esa es una de las imágenes que produce algún nivel de empatía, así ésta no pase de la ternura condescendiente.
Por lo mismo, es bien triste el testimonio de un par de habitantes de la calle a los que miembros de la Policía de Bogotá, en la localidad de San Cristóbal, les habrían quemado sus dos perros, Goliat y Mona Lisa, por supuesto vivos.
Al respecto, uno de los encargados salió a decir que sí, que en efecto él sabía de unas acciones realizadas en el sector. Sin embargo, inmediatamente después dejó atrás lo que llaman el “operativo” para hablar, mejor, de hurtos y personas consumiendo alucinógenos.
El “operativo”, sin embargo, fue repudiado hasta por la “comunidad”, pues para desalojar a dos habitantes de la calle se optó por prenderle fuego al lugar en el que estaban. Ahí quedaron los dos perros, cuyos dueños casi corren con la misma suerte.
Por consiguiente, no es suficiente que el alcalde Petro anuncie que “serán destituidos los miembros de la Policía que incineraron animales”. La horrible muerte de Goliat y Mona Lisa, que nos conmueve e indigna por lo cruel, es también un síntoma de otra cosa, acaso peor: en la cabeza de algunos policías los habitantes de la calle siguen siendo desechables. Y como tal se les trata.
El giro hacia lo políticamente correcto del término ‘habitante de la calle’ no parece haber modificado las miradas. La decisión de usar fuego durante el “operativo” es una prueba fehaciente del ningún valor que tiene la vida de estas personas ante los ojos de quienes están en la obligación de proteger a la “comunidad” (sin monopolizar, de paso, el tiempo de los bomberos).
Y es esa mentalidad de limpieza social la que es preciso erradicar, mucho antes, incluso, de la también necesaria defensa de los derechos de los animales.