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“Será la última Navidad en que pensaremos en la guerra, la próxima podremos vivirla en paz”.
La frase es del presidente Juan Manuel Santos. Carece de ritmo y no tiene demasiada gracia. Parece un aforismo sin elocuencia. Una dedicatoria algo vacía o una frase de cajón. Un moño sin regalo.
En realidad pudo provenir de cualquier otro embajador del posconflicto. El papa o algún nobel de paz. Con todo, hay que creerle al presidente. Su retórica de ancheta de fin de año es inferior a los logros conseguidos en La Habana, pero el esfuerzo es bien real. Los avances también. Por una vez en mucho tiempo las víctimas se le atravesaron a la tradicional negociación con los victimarios.
Entre tanto, no todas las víctimas están satisfechas. Y aunque se oyen críticas frente a sus reparos, lo contrario sería más de lo mismo. Las víctimas están ahí para subir los estándares éticos de lo pactado. Su voz opositora es quizás el elemento más valioso de las negociaciones de paz con la guerrilla. Cualquier tipo de silencio, cooptación o domesticación haría de estas un instrumento útil del Gobierno. Si no es que de las propias Farc.
Queda pendiente, sin embargo, la pregunta por las zonas grises. Más allá de las víctimas y los victimarios, que son la dupla mágica de la justicia transicional, hay toda una serie de mirones, testigos, colaboradores y beneficiarios de la injusticia que no han sido expuestos mediáticamente. El de las zonas grises es otro problema que merece mucho más que frases grandilocuentes si de lo que se trata es de superar el lenguaje de la victimización para pasar al de los derechos y la ciudadanía.
Problematizar la complicidad, hacerla menos abstracta, ponerle nombres y fechas, caras, perfiles, colorear sus grises: ese sería un buen augurio de fin de año para que se diga, ahí sí, que futuras navidades vienen sin guerra y en paz.
