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Alguien reconocía con admiración que lo increíble de las discusiones colombianas sobre paz es que ocurren en la legalidad y sin violencia. Las posturas más belicosas se discuten con elegancia, en un lenguaje neutro y coloquial.
La senadora Paloma Valencia propuso con alegría que el Cauca sea dividido en dos. En un lado la modernidad, el desarrollo y los mestizos. Y en el otro el resto. Si no hay negros en la propuesta, será porque en alegre canibalismo los indígenas se los comerán vivos.
La verdad es que no hay nada nuevo en su fantasía. El proyecto es de hecho una realidad política en curso. La idea de la civilización contra la barbarie está en las mentes de algunas élites latinoamericanas desde el siglo XIX. A los negros en países como Argentina no los masticaron, senadora Valencia: los borró de la historia oficial la insistencia en el tren del progreso racial y la modernidad civilizatoria que usted cree haber inventado en un tuit.
Como la historia no es el fuerte de la congresista, quizás sea útil recordarle que muchas prácticas genocidas parten de la institucionalidad. Todos los museos y películas sobre el holocausto nazi hacen énfasis en el uso de las leyes para identificar, etiquetar, aislar y deshumanizar a los judíos de a poquitos. Todo muy legal, ordenado y burocrático.
El democrático referendo que ha sido propuesto sigue una línea de argumentación parecida. Lleva implícito el deseo de que un pueblo entero no se resista más a su desaparición. Paloma Valencia defiende el genocidio. Esta no es una rutinaria descalificación personal que abarate el debate. De hecho está en las turísticas fotos del paisaje de la caña, con sus cuadriculados tapetes verdes a lado y lado de la carretera mientras los indígenas se amontonan en tierras altas a las que han sido desplazados.
Este es un hermoso campo que a su manera también lo es de concentración.
