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Ideas para la paz

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Nicolás Rodríguez
23 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.
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En su alegato contra algunas posiciones políticas, que sin decirlo considera atrasadas y cómplices, el historiador Eduardo Posada Carbó nos invita a utilizar una serie de palabras y expresiones que están permitidas a la hora de hablar de paz.

Lo primero es asumir la consecuencia evidente del triunfo histórico de la razón liberal: que la política se hace sin armas. Una lección aprendida e incorporada hasta por los intelectuales que incursionaron en la lucha armada. Lo otro es proscribir del lenguaje cualquier posibilidad de emparentar la paz con el más allá del silencio de los fusiles, pues de lo que se trataría justamente es de acallarlos. Ni más. Ni menos.

Palabras como “establecimiento” quedan terminantemente prohibidas, so pena de ser arrojado al ostracismo. Y no hay espacios para hablar de lo legítimo o ilegítimo que pueden ser el Estado y las instituciones colombianas, toda vez que las guerrillas son ilegítimas por principio.

Dadas todas estas aclaraciones otros nos sugieren que renunciemos, de una buena vez por todas, a una paz maximalista. O que nos limitemos a la defensa irrestricta de la democracia formal. Que con eso basta. Y que nos acojamos, también, al credo de las transiciones politológicas con sus rutinarias puestas en escena del perdón, la reconciliación y el posconflicto.

Todo lo cual se hará (se está haciendo) sin chistar. Pese a que por fuera del diccionario político hasta aquí defendido, no parece haber suficientes estímulos para preguntar de dónde viene esta idea de la paz (¿Paz minera? ¿Paz desarrollista? ¿Paz empresarial?) y a quiénes beneficia. Se cae en la premisa, bastante discutible, de una paz neutra y apolítica. Casi técnica. De la misma forma que los que exigen una justicia y una reparación para todas víctimas (y no sólo las de las Farc) pueden llegar a ser considerados voces polarizantes. Si no es que una amenaza al orden liberal.

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